miércoles, 16 de julio de 2014

La arqueología de la conciencia



Muy pocos investigadores se han acercado a los orígenes de la civilización desde una óptica que podríamos denominar “de la conciencia”. La historiografía convencional, basada en los conceptos básicos de la teoría de la evolución, nos presenta una larguísima etapa de evolución biológica y primitivismo de la humanidad para luego exponer el gran salto cualitativo que supone el Neolítico y el posterior nacimiento de las primeras civilizaciones, caracterizadas por el triunfo del hombre sobre la Naturaleza.



En este patrón se da por hecho que estas antiguas culturas –aun con todos sus grandes logros que se perpetúan de alguna manera hasta la actualidad– no fueron más que los primeros escalones del desarrollo humano en el dominio del planeta, con una ciencia y una tecnología cada vez más avanzadas. Todo esto formaría parte de una visión de tipo materialista, que considera que las manifestaciones de tipo espiritual de esas remotas civilizaciones no fueron más que mitos y supersticiones, englobadas en ese gran cajón de sastre que es el mundo de la religión y las creencias.



Guillermo Caba Serra
Sin embargo, varios autores han intuido que detrás de estas supuestas supersticiones y manifestaciones culturales se escondían los restos de una ciencia metafísica de una cultura humana anterior, ya desaparecida y no reconocida por el actual estamento académico. Este es precisamente el gran tema que abordó el periodista científico Guillermo Caba Serra en su primer libro Conciencia. El enigma desvelado[1] publicado en 2010. Esta primera obra estuvo centrada en ofrecer una nueva visión del concepto de conciencia, situándola más allá del paradigma materialista, y sobre todo en destacar que en un pasado muy remoto los seres humanos tenían un conocimiento bastante preciso de este concepto y que detrás de él se puede encontrar la razón de ser de monumentos tan emblemáticos como la Gran Pirámide de Guiza. Ahora, en 2014, Guillermo Caba cierra el círculo con su segunda obra, La arqueología de la conciencia, en la cual completa las propuestas esbozadas en el libro anterior con numerosos argumentos extraídos de las antiguas tradiciones de civilizaciones separadas por miles de kilómetros (y a veces miles de años).



La arqueología de la conciencia presenta varias líneas temáticas, pero las podríamos resumir en dos grandes proposiciones. Primera: que el ser humano es un ser multidimensional compuesto de tres partes o tres estados de conciencia: una de tipo material o físico, ligada a la percepción sensorial, y dos de tipo espiritual o metafísico, que en las antiguas tradiciones se correspondían con las cualidades divinas. Segunda: que el Gran Diluvio –citado en docenas de leyendas de todo el mundo– no fue un desastre o cataclismo de tipo físico, sino un evento cósmico cíclico: un campo energía electromagnética que barrió el universo y afectó a nuestro planeta. Y, como consecuencia, este gran impacto electromagnético habría provocado una gran alteración de nuestro nivel de conciencia.



Sobre el primer tema, Caba toma como base los tres estados de conciencia conocidos, a saber: el de vigilia, en el cual se perciben las cosas a través de nuestros sentidos; el de los sueños, en el que percibimos creaciones mentales; y el del sueño profundo, en el que no hay percepción de objetos. A partir de aquí, el autor nos habla de las enseñanzas del místico hindú Ramana Maharshi, un hombre que alcanzó la iluminación y trató de ayudar a otros a seguir su camino. Según Ramana, habría un cuarto estado de conciencia que se sitúa más allá de nuestro yo o ego, al cual calificaba simplemente como un producto de nuestro pensamiento. A este respecto, cabe destacar la siguiente cita del sabio hindú sobre la relación entre la realidad y la conciencia:



«El mundo es aprehendido por los sentidos en los estados de vigilia y desueño; es el objeto de las percepciones y los pensamientos, siendo los dos actividades mentales. Si la actividad mental del sueño y del estado de vigilia no existieran, no habría percepción del mundo ni la conclusión que existe. En el sueño profundo, esta actividad está ausente; pues los objetos y el mundo no existen para nosotros en ese estado. En consecuencia, la “realidad del mundo” no puede ser creada más que por el ego, por su emergencia desde el sueño; y esta realidad es engullida o desaparece en la medida en que el alma retoma su propia naturaleza en el sueño profundo. La aparición y la desaparición del mundo son comparables a la araña que teje su tela y después la reabsorbe»



Cámara del Rey de la Gran Pirámide
A continuación, Caba nos sitúa en el Mundo Antiguo para demostrarnos que los antiguos tenían clara esta concepción de la “realidad” que percibimos (y la que está más allá de ésta), así como de esencia del ser humano, dividido en una parte burda o física y en dos partes metafísicas. Por ejemplo, la Gran Pirámide de Guiza no sería un monumento funerario sino un instrumento de iluminación mística, pues la llamada Cámara del Rey sería en realidad la Cámara del ka o esencia del individuo. Si analizamos los componentes de este espacio, vemos que hay un sarcófago –que nos remite a la parte física o perecedera del ser humano– y dos canales o conductos que apuntan a ciertas estrellas, en dirección norte y sur. Estos conductos representarían los lugares por donde se separarían el ba, concepto asimilable al alma, y el akh, algo así como el espíritu. Además, el simbolismo de cierto jeroglífico compuesto de un cuadrado y una cornamenta bovina nos remitiría a la misma idea de parte física y separación en dos de la parte no física.



Igualmente, otras civilizaciones reflejan este mismo simbolismo tripartito, como Mesopotamia, donde el héroe sumerio Gilgamesh era descrito como “en dos tercios divino y en un tercio humano”. Asimismo el Rig Veda hindú nos habla de tres reinos de realidad o de la conciencia: el cielo, la tierra y el espacio intermedio, siendo Suria, el dios Sol, el que reina sobre dos partes de esa conciencia mientras que Yama, el dios de la muerte, reina sobre los seres humanos en la tercera parte. A su vez, en Mesoamérica también encontramos referencias mitológicas similares entre los mayas. Así, en el mito maya de la creación del hombre se guarda la misma proporción tripartita, con dos partes divinas representadas por las mazorcas de maíz blancas y amarillas.



Por otro lado, el autor nos remite a otra antigua mitología de alcance universal que representa la lucha o preeminencia de la conciencia sobre la mente: se trata del simbolismo felino. Según esta mitología, un felino depredador (un tigre, un jaguar, un león...) se abalanza sobre su presa (un elefante, un venado...), representando el ataque de la conciencia sobre la mente y el pensamiento, a fin de llegar al estado de iluminación. Este simbolismo está presente a través de leyendas y representaciones artísticas en la Antigua India, Mesopotamia, Asia Central, el mundo islámico, la Antigua Grecia, Göbekli Tepe (Turquía) y también en América Central.



Como colofón de su tesis, Guillermo Caba llega al tema del Diluvio Universal en conexión con este simbolismo felino y con el concepto tripartito de la esencia humana. Para introducir la cuestión, se hace referencia al llamado “casco de Dios”, un proyecto implementado por el Dr. Michael Persinger, consistente en someter a unos voluntarios equipados con dicho casco a una leve exposición a campos electromagnéticos. Los resultados de este ensayo revelaron que algunas personas habían experimentado estados alterados de conciencia, ya que el cerebro está plagado de cristales de magnetita que reaccionan ante estos campos, según otras investigaciones. A partir de este punto, el autor propone que en el cosmos se producen regulares barridos de campos electromagnéticos y que la Tierra no está enteramente protegida frente a los efectos de dichos campos.



Representación artística del arca de Noé
El siguiente paso de esta argumentación nos conduce a considerar que el gran Diluvio no fue una catástrofe de la naturaleza sino un tremendo impacto electromagnético que afectó la conciencia humana. Volviendo al remoto pasado, tendríamos referencias directas en el mito sumerio-acadio del Diluvio, protagonizado por Utnapishtim (Noé). Según el autor, es preciso realizar una meta-lectura del mito huyendo de la literalidad y buscando el significado profundo del desastre en términos de conciencia. Así, el arca de Utnapishtim se habría hundido en dos tercios sobre las aguas, pero no unas aguas físicas, sino el apsu (las aguas cósmicas subterráneas), que sería el “dominio de la mente desligada de su vinculación con los sentidos.” Y si nos trasladamos a América, hallaríamos un simbolismo similar en Teotihuacan, en un mural que muestra la eclosión del ser humano tras el diluvio en forma de peces voladores, lo que expresaría la desvinculación de la conciencia humana del ámbito de los sentidos.



La Gran Esfinge de Guiza
Finalmente, Caba apunta que las antiguas mitologías y creencias  insinuaban la llegada de un nuevo diluvio y que este hecho debería tener algún tipo de señal o marcador físico. Y según todo lo expuesto hasta ahora, tal señal debería contener tres claros rasgos: tener la figura de un depredador, estar en actitud de espera y poseer un significado celeste. Y este marcador, el que cumple estas condiciones, existe desde la remota Antigüedad: es la Gran Esfinge de Guiza. Para Caba, la Esfinge no ha sido ni bien datada ni bien interpretada por los egiptólogos, siguiendo las teorías de J.A. West o Robert Bauval. Lo que parece saltar a la vista es que la Esfinge es un gran depredador en reposo o espera que está orientado a su contraparte celestial, la constelación de Leo, en el equinoccio de primavera del 10.500 a. C.



En todo caso, el autor plantea que –más allá de la mitología y el simbolismo– deberían existir pruebas físicas del impacto electromagnético y para ello aporta algunos datos científicos extraídos de diversas fuentes sobre posibles inversiones magnéticas en el planeta o incrementos bruscos de radiaciones cósmicas. Sin embargo, reconoce que el cuerpo de pruebas de tal evento está aún por descubrir.



Y, en fin, el autor remata su obra glosando el simbolismo sagrado del número tres (los famosos tres tercios) en varias civilizaciones y la posible existencia de un lugar de iluminación no accesible en un estado de conciencia normal, y que se podría identificar en el mítico enclave de Shambala, un lugar celestial exento de padecimiento.



A modo de conclusión, podemos afirmar que estamos ante un mensaje trascendente, de carácter espiritual frente al materialismo imperante, que centra su atención en la conciencia y no en hombres, hechos o artefactos. Caba, en su viaje a la arqueología de la conciencia, nos muestra que probablemente los antiguos tenían un conocimiento de la conciencia que nosotros hemos perdido y que ahora tratamos de recuperar. Así, esta obra sin duda desconcierta a veces por los intrincados caminos que recorre y por su inusual enfoque multidisciplinar, proponiendo escenarios y buscando conexiones donde más de uno no verá más que fáciles especulaciones. 

No obstante, el paradigma actual ya es bien conocido en todos sus errores y limitaciones. Ya es hora de que se abran paso nuevas visiones de la historia y la existencia humana, aunque todavía se muevan en las aguas de la intuición y la conjetura, al menos desde un punto de vista estrictamente convencional.



© Xavier Bartlett 2014





[1] CABA SERRA, G. Conciencia. El enigma desvelado. Ed. Corona Borealis. Málaga, 2010



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