martes, 10 de marzo de 2015

La extinción de los neandertales: nueva hipótesis... ¿sin fundamento?


Desde hace ya muchas décadas se viene repitiendo en el ámbito de la ciencia prehistórica la clásica pregunta de “¿Qué pasó con los neandertales?” Lo cierto es que este homínido, cuyo primer espécimen se descubrió en el siglo XIX, causó cierta impresión por su parecido con el hombre moderno (o sapiens) hasta el punto de que llegó a ser considerado antecesor directo de éste, siendo clasificado como Homo sapiens neanderthalensis. No obstante, en tiempos recientes esta relación de descendencia ha sido muy discutida, así como su propia pertenencia al género Homo sapiens, sin que se haya llegado a una conclusión clara y compartida por todos los especialistas.

En cuanto a aspecto del neandertal, del estudio de sus restos óseos se dedujo que era un homínido de altura un poco inferior al sapiens, pero bastante más fuerte y robusto, siendo su capacidad craneal media superior a la del sapiens. Asimismo, este homínido mostraba unas capacidades intelectuales notables[1], si bien se ha puesto en duda su facultad de hablar o de tener un lenguaje elaborado como el hombre actual.

Con el tiempo, las investigaciones revelaron que ambas especies habían convivido en Oriente Medio, parte de Asia y en Europa durante muchos miles de años, en la última era glacial. Sin embargo, resulta que el neandertal, la especie que físicamente podría estar mejor adaptada a los tremendos rigores del clima de esa época, y que era bastante más antigua (los ejemplares más arcaicos se podrían remontar a los 250.000 años) fue la que acabó por desaparecer, hace aproximadamente unos 30.000 años.

Todo ello ha hecho pensar que la extinción del neandertal podría tener su origen en una competencia directa con el Homo sapiens de su época en Europa, el llamado hombre de Cro-Magnon. Y es que, cuando hablamos de evolución, nunca puede faltar el factor competitivo (agresivo, violento, egoísta), si nos atenemos a la típica línea dura de Richard Dawkins. Sea como fuere, según la ortodoxia evolucionista, se habría producido aquí una superposición natural de la especie mejor adaptada (¿en términos de inteligencia?) sobre la peor adaptada, que habría sido incapaz de resistir la presión ejercida por los sapiens.

Comparación de cráneos de sapiens y neandertal
En este sentido, se ha insistido en que la competencia entre ambas especies pudo haber tenido su foco en la lucha por los recursos naturales para la subsistencia, y aquí, el sapiens habría impuesto sus mejores habilidades para la caza, ello por no recurrir a la hipótesis de conflictos directos (“guerras”) entre ellos. No obstante, este escenario podría ser bien distinto, si tomamos otras referencias que irían más bien en la línea contraria (una especie de “Haz el amor y no la guerra”). Así, hoy en día la ciencia parece haber demostrado con datos empíricos que se produjo una conexión genética entre ambos homínidos –o sea hibridación–, lo que sería otra explicación plausible para la desaparición de los neandertales. En otras palabras, los neandertales habrían sufrido un proceso de degeneración genética que les habría llevado a la extinción después de miles de años de mezcla con sus parientes. De hecho, se admite que el patrimonio genético de los humanos modernos contendría hasta un 20% de genoma neandertal en determinadas poblaciones.

Y entre tanta incógnita, acaba de surgir recientemente una nueva teoría sobre la extinción de los neandertales, a cargo de la antropóloga norteamericana Pat Shipman, de la Universidad de Pennsylvania State, plasmada en un libro titulado The Invaders: How Humans and Their Dogs Drove Neanderthals to Extinction (“Los invasores: Cómo los humanos y sus perros condujeron a los neandertales a la extinción”). Así pues, pasaré a comentar esta nueva aportación a partir de un artículo periodístico que me ha llamado la atención por varios motivos y que me ha hecho reflexionar una vez más sobre cuánto de lo que sabemos –o creemos saber– sobre nuestro pasado más remoto no es más que pseudociencia, conjetura o simplemente una determinada visión del mundo que confundimos con el término “ciencia”.

Por de pronto, la publicación británica (The Guardian) de donde he tomado esta información[2] empieza presentando el tema de manera un tanto peculiar, mostrando que la divulgación científica, cuando no está bien elaborada, puede contener sesgos y tergiversaciones aún mayores que la propia literatura técnica científica. Así, el periodista Robin McKie se luce con esta expresión:

“Hace 40.000 años en Europa, nuestros antepasados urdieron una crucial y duradera alianza que nos permitió eliminar a nuestros primos en la evolución, los neandertales.”

¡Bravo! Comentario muy científico... Hay que estar orgullosos de estos antepasados nuestros que afortunadamente liquidaron a los neandertales, esos indeseables competidores. De verdad, no creo ni que el mismísimo Dawkins se hubiera atrevido a iniciar un texto con semejantes palabras tan crudamente genocidas. Aunque haya sido un desliz, se ha de valorar el impacto colateral de tal afirmación, pues se está sugiriendo que la brutal competencia fue a muerte (ya no digamos intencionada...) y que fue beneficiosa.

Seguidamente, nos adentramos en el núcleo de la teoría, que no es otra que la existencia de una alianza entre humanos modernos y lobos para poder cazar mejor y así dejar sin opciones a los neandertales. La autora parte de la premisa de que los sapiens, los neandertales y los lobos eran los tres principales cazadores –en directa competencia– de grandes mamíferos como los mamuts u otros herbívoros de gran tamaño. En este punto se plantea como enigma a resolver la extraña desaparición del neandertal en Europa, que llevaba 200.000 años en el continente, y que fue desplazado en relativamente pocos miles de años por el recién llegado de África. Este hecho es sin duda un gran misterio y pese a que se han sugerido varias hipótesis más o menos viables, entre las cuales figura el cambio climático[3], no hay certeza sobre lo que pasó realmente, si bien se ha insistido en la superioridad tecnológica y cognitiva del sapiens.

Para Shipman, sin embargo, falta algún factor que explique correctamente este predominio del sapiens, y ella cree haberlo encontrado en la figura del lobo domesticado (o sea, el perro). Según su visión, los lobos podrían haber colaborado con los sapiens en la tarea de la caza, acosando y cansando a las presas para que los hombres finalizaran el trabajo con sus lanzas y flechas. Esta alianza habría sido beneficiosa para ambas partes, pues los lobos no habrían de exponerse a un peligro extremo ni los humanos tendrían que realizar grandes esfuerzos en la búsqueda y posterior persecución de los animales. De esta manera, los lobos, ya en un estado incipiente de domesticación, habrían accedido a la carne de manera fácil, mientras que los hombres primitivos habrían hecho de la caza una actividad mucho más cómoda.

En este escenario, Shipman no descubre nada que no se supiese. Lo que propone es retroceder en bastantes miles de años la domesticación del lobo[4] (para convertirse en perro) y situar este hecho en medio de la polémica de la desaparición de los neandertales. Su argumentación se basa en el hallazgo, en Bélgica y en Siberia, de restos de lobo con una antigüedad de 33.000 años con indicios anatómicos de una incipiente domesticación. Para Shipman, la unión de sapiens y lobos (o perros) habría permitido a ambas especies dominar la cadena alimentaria en la Europa prehistórica. Esta eficacia habría tenido sus consecuencias, hasta el punto de costar la vida a diversas especies animales, como los leones, los bisontes, los mamuts... y los propios neandertales. En sus propias palabras: “Los humanos y los perros de caza fueron, y siguen siendo, una combinación mortífera.”

Y para redondear el papel crucial del lobo-perro en el desarrollo y hegemonía del sapiens, Shipman recurre a un argumento biológico. Para ella, el hecho de los lobos y los humanos compartieran el blanco de los ojos (la esclera), facilitaba su comunicación no verbal y les permitía reconocer al instante hacia dónde estaba mirando el otro, elementos de gran ayuda en la actividad de la caza. En consecuencia, la mutación que confería una esclera blanca podría haberse hecho cada vez más común entre los sapiens desde hace 40.000 años, lo que suponía sin duda una ventaja competitiva para aquellos que cazaban con perros.

A su vez, Shipman está convencida que tal relación entre lobos y neandertales no se dio, pues no tenemos ninguna prueba arqueológica de ello. Debemos suponer, pues, que los neandertales siguieron cazando con métodos primitivos y con gran dificultad, lo que finalmente hubiera sido una gran desventaja frente a los sapiens y sus aliados caninos. Como conclusión, la autora ve la unión hombre-perro como el inicio de la conquista del mundo, pues el perro ha acompañado también al humano a América y al Pacífico, facilitando la caza y guardando su comida.

Bien, ignoro si a Shipman le gustan los perros o los admira con fervor; es de suponer que sí, y yo también. Pero otra cosa bien distinta es utilizar esta supuesta domesticación arcaica para explicar la desaparición de los neandertales. En su favor, debo decir que sólo he leído un artículo y no su libro y que por tanto se me pueden escapar muchos detalles y argumentos. Sin embargo, si el artículo refleja fielmente el contenido, entonces veo varios problemas –y bastante serios– que me hacen pensar que en la ciencia arqueológica ya se puede decir prácticamente cualquier cosa, sin pretender siquiera ajustarse a una remota objetividad.

En primer lugar, destacaría el marcado tono evolucionista competitivo del discurso de Shipman, que raya casi en lo panfletario a favor del sapiens y en contra del neandertal. Asimismo, nos encontramos con una exaltación de los logros predatorios de la alianza de hombres y perros –calificada de “combinación mortífera”– en detrimento de los depredados y de los perjudicados indirectos, o sea, los neandertales. Todo esto más bien parecen juicios de valor innecesarios (e incluso arbitrarios) sobre la condición depredadora del hombre, olvidando el componente recolector, que –por cierto– compartían tanto el sapiens como el neandertal.

En segundo lugar, la alianza lobo-sapiens presentada por la autora parece un hecho indiscutible, y da la impresión de ser un pacto a gran escala entre grandes potencias militares en perjuicio de un tercero. No obstante, esto es arqueología, no historia contemporánea, y además debemos recordar que estamos hablando de una hipótesis y no de hechos probados. Lo que tenemos aquí es un intento (loable pero muy arriesgado) de reconstruir un escenario completo enmarcado temporalmente en muchos miles de años y geográficamente en un territorio extensísimo, cuya validez –a la vista de las escasas pruebas aportadas– se mueve en terrenos altamente especulativos.

Así pues, analizando a fondo el argumentario de Shipman, vemos hasta qué punto todo el escenario carece de verdadera solidez, por cuanto recurre a una serie de suposiciones y conjeturas que lo acercan más a la pseudociencia que la auténtica ciencia. En efecto, si observamos el núcleo de esta teoría, comprobaremos que se sostiene por una hipótesis inicial de alta competencia por los recursos entre neandertales y sapiens. Seguidamente, como la autora propone, tal competencia se habría decantado a favor de los segundos gracias a la intervención canina, con el resultado final de la progresiva desaparición de los primeros. Pero esto no deja de ser una extrapolación del ideario evolucionista ortodoxo que nos habla de competencia feroz por los recursos (supuestamente escasos) y de la eliminación de los que no pueden adaptarse a los nuevos retos o condiciones. En otras palabras, siempre ha de haber alguien a quien le toque pagar el pato.  

Territorio ocupado por los neandertales
Sin embargo, en la naturaleza las relaciones de cooperación son tan o más abundantes que las de pura competencia (¡y la misma autora reconoce la estrecha alianza cooperativa entre sapiens y lobos!) y tampoco debemos olvidar que pueden darse situaciones de competencia equilibrada en las que no haya ningún perjudicado, por el simple hecho de que existan recursos para todos, con lo cual es perfectamente viable que una especie se adapte perfectamente a nuevas condiciones de supervivencia y no se vea abocada a la desaparición. Por consiguiente, dado que la población humana de Europa hace 50.000 ó 40.000 años sería más bien escasa y dispersa, es muy posible que sapiens y neandertales compartiesen pocos hábitats o incluso que pudieran coexistir más o menos pacíficamente en determinadas zonas, dada la abundancia de recursos. Estamos hablando, recordemos, de una convivencia que pudo durar alrededor de unos 15 ó 20 mil años en una región muy extensa del planeta.

Por lo tanto, pensar que la irrupción del sapiens –con su caza más eficiente– pudo afectar de manera tan dramática a la subsistencia del neandertal es mucho aventurar, por cuanto el neandertal estaba ya bien establecido en el territorio y llevaba milenios sobreviviendo exitosamente en condiciones bastante duras con sus estrategias de caza y recolección. En este sentido, existe incluso la posibilidad de que la caza de animales no fuera tan decisiva para los neandertales. Así, ciertos estudios realizados sobre cálculos dentales de especimenes de neandertal[5], muestran que –en contra de lo que se había creído tradicionalmente– los neandertales se alimentaban en gran medida de vegetales (y no sólo crudos, sino también cocinados) y podrían haber tenido un profundo conocimiento de las plantas medicinales, lo que refuerza aún más la imagen de alto desarrollo y adaptación al medio de esta especie.

Otra cosa sería presentar una invasión masiva de centenares de miles de sapiens que habrían ocupado todos los hábitats previos del neandertal y que con el tiempo –por pura presión demográfica– los hubieron arrinconado hasta hacerlos desaparecer. De todos modos, esta hipótesis no tiene pruebas fehacientes que la sostenga, y tampoco estaría relacionada necesariamente con una caza más eficiente. Antes bien, aquí se debería tener en cuenta el tema ya citado de la hibridación, que –dando por hecho que no fue “forzada” o puntual– nos podría indicar que la población de neandertales, mucho más reducida[6], acabó por mezclarse y difuminarse entre la población de hombres modernos.

Después tenemos el propio hecho de la antigua domesticación del lobo como premisa para la teoría. En este punto, las pruebas aportadas son más bien escasas y se podría discutir si son o no relevantes, pues bien se podrían haber dado casos aislados de una domesticación arcaica pero en zona aisladas y de manera esporádica. Los datos arqueológicos recogidos hasta ahora nos muestran que la domesticación generalizada ocurrió a finales de la última era glacial. Así, las dataciones de 33.000 años podrían ser poco significativas, a menos que fuéramos encontrando nuevas dataciones intermedias, entre estas fechas extremas y las habituales de alrededor de 10.000 a. C.

Pero además existe otro problema, y no es otro que la propia datación. Si, con el beneficio de la duda, damos por buena la fecha de domesticación del perro aportada por Shipman, tenemos que hombres y perros quizá empezaron a cazar juntos hacia el 30.000 a. C en amplias zonas de Europa y Asia, pero resulta que la fecha de extinción de los neandertales se sitúa justamente en esas fechas[7]. Como vemos, aquí hay algo que no cuadra: tenemos un escenario de extinción que prácticamente coincide con la domesticación del perro, lo cual nos obligaría a aceptar que en unos poquísimos miles de años la eficaz combinación de sapiens y perros hubiera acabado fulminantemente con los neandertales.

Homo neanderthalensis
Frente a esta paradoja, sería mucho más razonable concluir que los neandertales ya estaban en sus últimas –por los factores que sean– y que la supuesta caza con perros no habría tenido un efecto decisivo; a lo sumo, habría podido ser la puntilla o la gota que colma el vaso, pero en modo alguno un factor determinante. De hecho, como ya se ha comentado, otros expertos inciden en el tema de la superioridad del Homo sapiens en la caza (sobre todo por sus armas) y en otras estrategias de supervivencia como explicación para el declive de los neandertales, pero sin la intervención para nada de los perros.

Finalmente, dejo aparte el argumento biológico de la mutación favorable hacia el blanco de los ojos, pues me parece una salida por la tangente que se sustenta en los misterios de la evolución, cuando la selección natural actúa en un sentido determinado a partir de factores aleatorios. Muchos autores de prestigio, como el biólogo Máximo Sandín, ya han criticado esta forma de hacer ciencia que no se ajusta al método científico sino a una visión determinista y sesgada de la naturaleza, por lo que no voy a hacer más comentarios al respecto.

Y como conclusión, seguimos sin poder dar respuesta al interrogante inicial; no sabemos por qué desaparecieron los neandertales, y lo único que podemos hacer es trabajar con hipótesis y especulaciones acerca de los diversos factores que se han propuesto. Todo ello asumiendo que los neandertales se extinguieron hace 30.000 años, pero... ¿es así? Según el autor alternativo Michael Cremo, existen ejemplares vivos de homínidos –supuestos antecesores del hombre ya desaparecidos– que se mantienen ocultos en zonas relativamente inaccesibles del planeta.

En lo referente al neandertal, Cremo cita en su libro Forbbiden Archaeology el caso de unas extrañas criaturas humanoides conocidas en Asia Central como “Almas”. Cremo recoge varios informes del siglo XX de esporádicos avistamientos y encuentros con estos seres, pero al menos en una ocasión, en el Cáucaso, durante el siglo XIX, se pudo capturar viva a una hembra de estas criaturas, a la que llamaron Zana. Por las descripciones que se han conservado, Zana tenía todo el aspecto de un neandertal típico y aunque profería algunos sonidos era incapaz de hablar articuladamente. Además, volviendo al tema de la hibridación, parece ser que un lugareño tuvo relaciones –y posterior descendencia­– con Zana, que falleció en la década de 1880. En 1964, el investigador ruso Boris Porshnev todavía pudo examinar a los nietos de Zana, y comprobó que eran de piel oscura, de complexión robusta y de mandíbulas prominentes.

Así pues, si diésemos por buenos estos testimonios (así como a otros relacionados con otras criaturas semejantes como el yeti o el sasquatch), se abriría la puerta a la posibilidad de que algunas especies de homínidos (básicamente el Homo erectus y el neandertal) de la supuesta cadena evolutiva del hombre moderno no hubiesen desaparecido por selección natural sino que simplemente hubiesen quedado reducidos a la mínima expresión, al haber conseguido sobrevivir en algún entorno natural protegido y no frecuentado por los sapiens. Pero adentrarnos en tal hipótesis ya sería tema para otro artículo que escribiremos en su momento.

© Xavier Bartlett 2015


[1] Ello incluye ciertas capacidades superiores como la de concebir un más allá, pues sabemos que el neandertal fue el primer homínido que enterró a los muertos con un ritual funerario. Además, recientes estudios han abierto la posibilidad de que las pinturas rupestres paleolíticas más antiguas fueran obra de neandertales y no de sapiens. Asimismo,  hace muy poco se han encontrado en Croacia pruebas de una incipiente joyería por parte de los neandertales con una antigüedad de 130.000 años.
[2] Fuente: http://www.theguardian.com/science/2015/mar/01/hunting-with-wolves-humans-conquered-the-world-neanderthal-evolution. Todas las citas empleadas son traducciones directas de este artículo.
[3] Esta propuesta no goza de mucho apoyo por la razón que se ha mencionado antes: el hombre de neandertal debería estar mejor adaptado. Sin embargo, en la ciencia actual, para justificar muchos hechos negativos se tiende a citar el cambio climático, aun cuando no sea provocado por el hombre. Incluso no hace demasiado leí un artículo de un científico que explicaba la paradoja de Fermi (“por qué si hay extraterrestres no han contactado aún con nosotros”) aludiendo a que tales seres inteligentes y sensatos no habrían querido contactar con una especie malévola capaz de destruir su mundo alterando las condiciones climáticas. Sin comentarios...
[4] Las fechas que se han barajado tradicionalmente para la domesticación del lobo se situaban hacia el 10.000-15.000 a. C, esto es, a finales del Paleolítico y de la era glacial.
[5] HARDY, K. et alii. Neanderthal medics? Evidence for food, cooking and medicinal plants entrapped in dental calculus. Springer-Verlag, 2012. El estudio se refiere a restos de cinco individuos del yacimiento de El Sidrón (Asturias); evidentemente tal muestra debe tomarse con precaución pero al menos ya es indicativo de que las propias pruebas científicas pueden cuestionar seriamente algunos escenarios creados con grandes dosis de especulación.
[6] Los estudios actuales sobre la población prehistórica de Europa señalan que los sapiens serían hasta diez veces más numerosos que los neandertales.
[7] Según unos restos investigados recientemente en el sur de la Península Ibérica, los últimos neandertales desaparecieron hace unos 28.000 años, si bien las dataciones están bajo discusión y podrían ser más antiguas.

viernes, 6 de marzo de 2015

Tintín y la arqueología alternativa


Muchas generaciones de niños y jóvenes, y no tan jóvenes, han disfrutado durante décadas de las aventuras del famoso reportero Tintín. A estas alturas, no cabe ninguna duda que este personaje de cómic se han convertido en todo un referente universal de este género artístico. Sobre Tintín se ha hablado y se ha escrito extensamente desde múltiples puntos de vista, hasta el punto que la búsqueda de su nombre en Google produce más de 21 millones de resultados. Evidentemente, con estos precedentes, es muy difícil decir algo nuevo sobre este joven héroe de ficción, porque todos y cada uno de sus álbumes y personajes han sido escrutados y comentados hasta la saciedad.

Uno de los tópicos más comunes es la afirmación de que el personaje de Tintín fue un testigo de excepción del siglo XX y que muchos de sus álbumes traspasan el ámbito de la ficción y se insertan en un marco histórico bastante realista (a menudo sutilmente disfrazado). En este sentido, está claro que la misma profesión del personaje en cuestión –periodista– era la perfecta excusa para enmarcar las aventuras de Tintín en una serie de acontecimientos políticos, sociales y económicos que sucedieron en diversos rincones del mundo a lo largo de buena parte del siglo pasado.

Así, tenemos que Tintín estuvo presente en la Rusia de los soviets, en el Extremo Oriente ocupado por el Japón expansionista, en la América de la Ley Seca y el gangsterismo, en la Syldavia centroeuropea amenazada por una potencia totalitaria, en las guerras y guerrillas latinoamericanas, en la Guerra Fría, en la llegada a la Luna, etc. Sólo a modo de ejemplo cabe reseñar que el álbum La oreja rota se enmarca en un episodio histórico auténtico, la Guerra del Chaco de los años 30 entre Bolivia y Paraguay, y aunque en la trama Hergé lógicamente modificó nombres y localizaciones, algunas situaciones y personajes quedan retratados con gran fidelidad.

En todos estos escenarios, y aparte de ciertas licencias propias del género y del perfil del personaje, podemos comprobar que el mundo del joven periodista se ciñe con bastante precisión a la realidad histórica de su tiempo[1]. Otra cosa sería valorar de qué modo su autor, el dibujante belga Georges Remi (Hergé), se acercó a esa realidad, porque ya en vida fue acusado de ciertas tendencias muy marcadas como el conservadurismo, el racismo, el colonialismo, el anticomunismo o el antisemitismo. Sobre todo esto se ha polemizado mucho y no voy a añadir más comentarios.

Sin embargo, como admirador del personaje desde mi niñez, me voy a permitir realizar una breve exploración de la saga Tintín desde una perspectiva muy concreta, que es la de la arqueología alternativa, objeto de este blog. Por de pronto, podemos afirmar que la presencia de la arqueología en las aventuras de Tintín es relativamente escasa, pero cuando aparece suele aportar un contrapunto misterioso al habitual tono realista y periodístico que predomina en los argumentos creados por Hergé. Ahora surge la pregunta: ¿qué puede haber de arqueología alternativa en los álbumes de Tintín? ¿Existe de alguna manera un componente fantasioso, legendario o simplemente alternativo en algunos de los episodios tintinescos relacionados con la arqueología? Vamos a verlo a través de algunos de sus álbumes, concretamente Los cigarros del faraón (1934), Las siete bolas de cristal (1948), El templo del sol (1949) y Vuelo 714 para Sydney (1968)[2].

Si nos referimos a Los cigarros del faraón, aquí tenemos la única incursión de Hergé en el tema siempre fascinante del Antiguo Egipto, que en este caso se presenta como una mera tapadera para una red de narcotraficantes que usan el símbolo de cierto faraón como emblema de su organización, y su propia tumba como almacén de opio. Pero más allá del hilo argumental, vemos que Hergé sucumbe a algunos tópicos más propios de la Piramidología y de las visiones más mágicas o tenebrosas del Antiguo Egipto. Recordemos que en aquella época (los años 30 del siglo pasado) todavía sobrevivía en la cultura popular el aura misteriosa del Antiguo Egipto, sobre todo en lo concerniente a momias que volvían a la vida o científicos que eran víctimas de una fatídica maldición tras haber profanado la tumba de tal o cual faraón. Y por si fuera poco, aún estaba muy vivo en ese momento el tema de la maldición de Tutankhamon, descubierta en 1922, que supuestamente se habría cobrado las vidas de varias personas relacionadas con la tumba[3].

En este álbum vemos precisamente unos cuantos de estos tópicos más bien alejados de la arqueología ortodoxa. Así, tenemos la figura de un egiptólogo de corte decimonónico que, con su plano de la tumba del faraón Kih-Oskh, se adentra en el desierto en la compañía de Tintín. Tras hallar una estructura y una puerta con la forma del misterioso signo del faraón, Tintín se introduce en una especie de templo o hipogeo en el cual encuentra alineados unos sarcófagos con los cuerpos momificados de varios sabios que habían violado la tumba del faraón; en palabras de Tintín: “¡Los desgraciados pagaron caro su descubrimiento!” Posteriormente, la trama se aleja definitivamente del templo y discurre por otros derroteros más mundanos, pero vemos al final del álbum que el clan criminal funciona como una sociedad secreta, lo que tal vez, siendo muy sutiles, podría ser un guiño a la relación entre el simbolismo y los conocimientos esotéricos del Antiguo Egipto y las comunidades iniciáticas –más o menos secretas– que han bebido de la tradición egipcia.

Si ahora saltamos a la aventura de Las siete bolas de cristal, tenemos de alguna forma reeditada la historia de la maldición que recae sobre los profanadores de tumbas antiguas. En este caso, toda la acción –que tiene su continuidad en El templo del sol– se sitúa en la no menos atrayente civilización inca. En la trama urdida por Hergé, la prensa da la noticia de que la expedición Sanders-Hardmuth, que había estado trabajando en Perú y Bolivia, ha descubierto y traído a Europa la momia del Inca Rascar-Capac. Pero tras este éxito científico, varios miembros de esta expedición van cayendo víctimas de una extraña enfermedad o afección que les  deja en un estado de sueño letárgico, sólo interrumpido por unos arrebatos de locura. En todos los casos se encuentra en el lugar de los hechos unos extraños trozos de cristal, que podrían formar parte de unas pequeñas esferas.

Aquí tenemos pues el típico misterio que, para mortificación de los arqueólogos profesionales, ponía en primera página el fantasma de la pseudoarqueología, sin duda mucho más atractivo que las polvorientas e insulsas excavaciones. Así, en una viñeta, Hergé recurre directamente a la explotación periodística de la maldición mediante titulares sensacionalistas: “¿Será un Tutankhamon inca?” o “La venganza de Rascar Capac”. Y no pueden faltar luego las inscripciones de las paredes de la tumba que aluden a un presagio y a una maldición para los asaltadores extranjeros. Todo ello culmina finalmente con el elemento paranormal, en forma de rayo o bola eléctrica que hace desaparecer la momia de la vitrina donde estaba expuesta. En fin, aquí vemos que se han mezclado varios ingredientes de la arqueología más fantástica (que podría encajar perfectamente en una aventura del no menos famoso Indiana Jones) y que tanto en el cómic como en la realidad llamaban la atención del público hace 80 años ¡y todavía hoy en día!

En El templo del sol, el secuestro del profesor Tornasol lleva a Tintín y al capitán Haddock al Perú, donde la aventura encontrará su resolución. La faceta arqueológica aquí se limita básicamente al descubrimiento del templo del Sol, un lugar secreto donde se encuentra el último reducto de la civilización inca. De esta parte del relato cabe destacar algunos detalles que también podríamos adscribir a la arqueología más heterodoxa. En primer lugar, el templo es una construcción oculta que recuerda bastante a las historias o leyendas sobre cuevas, ciudades perdidas, túneles o estructuras subterráneas sobre los cuales se ha especulado mucho desde posiciones alternativas, como por ejemplo la cueva de los Tayos, la ciudad de Akakor, el reino de Paititi, los túneles en Cuzco y en otros lugares de América, etc. En este punto concreto cabe citar una referencia, del desaparecido investigador Andreas Faber-Kaiser, que tiene un paralelismo sorprendente con el relato de Hergé:

“En octubre de 1985 tuve ocasión de acceder junto con Juan José Benítez, con los hermanos Vílchez y con mi buena amiga Gretchen Andersen que, dicho sea de paso, nació al pie del monte Shasta en el que inicié este artículo, a un túnel excavado en el subsuelo de una finca situada en los montes de Costa Rica. Nos internamos en una gran cavidad que daba paso a un túnel artificial que descendí a casi en vertical hacia las profundidades de aquel terreno. Los lugareños –que estaban desde hace años limpiando aquel túnel de la tierra y las piedras que lo taponaban– nos narraron su historia, afirmando que al final del mismo se halla el “templo de la Luna”, un edificio sagrado, uno de los varios edificios expresamente construidos bajo tierra hace milenios por una raza desconocida, que de acuerdo con sus registros había construido una ciudad subterránea de más de 500 edificios.”[4]

La reconstrucción por parte de Hergé de este episodio en que los intrusos son capturados y sentenciados a la hoguera –aunque finalmente se salvan por una feliz coincidencia solar– es relativamente fiel al ámbito arqueológico. Por ejemplo, contiene detalles como las clásicas momias envueltas en tejidos, un cráneo alargado, la típica forma irregular de las piedras (con varios ángulos) o la figura de la divinidad Viracocha (tomada de la famosa puerta de Tiwanaku).

Y una vez liberados Tintín y sus amigos, el “Hijo del Sol” les revela el gran secreto que se creía parte de la leyenda: en el templo se custodiaba el enorme tesoro que los incas escondieron y que los conquistadores españoles nunca pudieron hallar. Huelga decir que tal leyenda entronca directamente con otros conocidos mitos de la época de la conquista como el famoso Eldorado en Sudamérica u otros reinos o ciudades de oro, como Cíbola, en Norteamérica. Todo ello ha sido objeto de estudio por parte de la arqueología alternativa, sin que a día de hoy se haya podido aportar ningún dato tangible que permita pasar del mito a la realidad. Dicho esto, nada impide –al menos como hipótesis– que exista tal tesoro oculto en algún lugar indeterminado del Tawantisuyu, el antiguo imperio inca. A este respecto, también podemos remitirnos al autor y artículo antes citado:

“Enlazando con estos conocimientos, sabemos desde la época de la conquista que los nativos ocultaron sus enormes riquezas bajo el subsuelo, para evitar el saqueo de las tropas españolas. Todo parece indicar que utilizaron para ello los sistemas de subterráneos ya existentes desde muchísimo antes, construidos por una raza muy anterior a la inca, y a los que algunos de ellos tenían acceso gracias al legado de sus antepasados.”[5]


Ahora bien, la incursión de Hergé por excelencia en el ámbito de la arqueología alternativa la encontramos en uno de sus últimos álbumes: Vuelo 714 para Sydney, de mediados de la década de 1960. En esta aventura, Tintín y sus compañeros de viaje, víctimas de un secuestro aéreo, van a parar a una pequeña isla del Pacífico Sur. Allí, tras varias peripecias, Tintín es guiado por una “voz interior” hacia la entrada de una extraña estructura subterránea oculta bajo la selva, cuya insólita claridad recuerda mucho a “la extraña luz del templo del Sol” (palabras textuales de Tintín), con lo que ya tenemos una conexión directa entre ambos contextos arqueológicos. Por otra parte, para despejar toda duda sobre lo enigmático del lugar, acaban encontrando la gran estatua de un ser divino con el aspecto de un moderno astronauta, y además las paredes resultan estar decoradas con relieves de objetos sospechosamente parecidos a platillos volantes (OVNIs). En suma, aquí podemos observar la clásica iconografía de los antiguos dioses-astronautas. 

En esta complicada situación, aparece en escena un raro personaje llamado Ezdanitoff que mediante telepatía ha guiado a Tintín hasta el extraordinario templo. Este hombre dice estar en contacto regular con seres venidos de otros mundos, que llevan viniendo al planeta desde tiempos inmemoriales. Acto seguido, ante la inminente erupción del volcán de la isla, aparece un OVNI para rescatar a Ezdanitoff, así como a Tintín y los suyos, mientras que los malvados de turno son abducidos más tarde por la misma nave. Finalmente, los héroes de la aventura, previa hipnosis para provocarles un estado de amnesia, regresan a la normalidad de su viaje y no recuerdan nada del episodio, pero el profesor Tornasol ha conservado en su poder un objeto de aleación metálica que contiene cobalto puro, que es desconocido en nuestro planeta.

Esta aventura, más allá de la trama del secuestro, tiene como eje argumental la teoría del antiguo astronauta, un indudable rastro del entonces popular realismo fantástico, una corriente de pensamiento heterodoxa que sin duda puede considerarse como uno de los precedentes directos de la moderna arqueología alternativa. En efecto, esta corriente –entre otras cosas– había abierto la puerta a las visitas e intervenciones de seres extraterrestres en un remoto pasado de la Humanidad, conectando historia y ufología, aparte de adentrarse claramente en terrenos afines como la parapsicología o los fenómenos paranormales.

Jacques Bergier
Lo cierto es que Hergé no tuvo que buscar muy lejos en el espacio y el tiempo sus fuentes de inspiración, pues los principales artífices de estas teorías eran los autores franceses Louis Pauwels (de origen belga), Jacques Bergier, Maurice Chatelain y Robert Charroux, que habían empezado a publicar sus obras a partir de 1960. Precisamente podemos ver en el cómic que el personaje de Ezdanitoff es una réplica casi perfecta de Bergier, y no sólo en la caracterización física, sino en su perfil profesional, en tanto que investigador alternativo que dirige una revista llamada Cometa (Comète), un título apenas diferente de Planète, la revista real de Pauwels y Bergier. Y sobre la formulación explícita de la tesis del antiguo astronauta no nos queda ninguna duda pues Ezdanitoff le revela al capitán Haddock el sentido de lo que están viendo: “Hace miles de años unos hombres construyeron este templo para adorar a los dioses descendidos del cielo sobre carros de fuego. En realidad, los carros eran astronaves como ésta. Y los dioses eran... pero usted ya ha visto las estatuas.” 

Hoy en día, al recordar los inicios y la difusión masiva de esta teoría, mucha gente suele referirse al famoso Erich Von Däniken y sus “carros de los dioses” (título en inglés de su primera obra), pero para ser justos fueron Pauwels y Bergier los primeros que introdujeron este tema en la cultura popular de masas. De ahí que Hergé, aprovechando el boom del realismo fantástico, recurriera a este argumento a medio camino entre la arqueología fantástica y la ciencia más avanzada para atraer a sus lectores hacia nuevos mundos inexplorados por el hombre. No por nada Tintín se movía cómodamente tanto en los terrenos más antiguos como en los más modernos: había estado en el mágico y vetusto templo del Sol pero también había pisado la Luna, en la primera gran hazaña espacial del hombre, que además se adelantó en varios años a los hechos reales.

En definitiva, si uno revisa bien la trayectoria de Tintín, podrá ver que en más de una ocasión –y en aras de potenciar la aventura– Hergé no había renunciado a añadir ciertos elementos sobrenaturales o paranormales en sus guiones, como ya hemos visto en los álbumes citados. No obstante, tales referencias también se extienden a otros episodios, como Tintín en Tibet (especulando con la existencia del homínido yeti y mostrando la levitación de los monjes budistas) o La estrella misteriosa (otorgando a un enorme meteorito unas extrañas propiedades científicas). Así, podemos afirmar con poco margen de error que sus fugaces incursiones en la arqueología alternativa formaron parte de esta fascinación popular por lo exótico y misterioso, o por lo que se sitúa al límite de la ciencia ortodoxa, lo que de hecho sigue siendo la principal fuente de atracción hacia este género que cabalga entre la literatura y la ciencia.

© Xavier Bartlett 2015

Referencias


HERGÉ. Los cigarros del faraón. Ed. Casterman. París-Tournai, 1934.
_____. Las siete bolas de crista.l Ed. Casterman. París-Tournai, 1948.
_____. El templo del sol. Ed. Casterman. París-Tournai, 1949.
_____. Vuelo 714 para Sydney. Ed. Casterman. París-Tournai, 1968.


[1] En este sentido, es bien conocido el esmero de Hergé, sobre todo a partir de los años 40, a la hora de documentarse exhaustivamente sobre los temas y los objetos que aparecen en sus álbumes, lo que se tradujo en particular en un notable detallismo y realismo en la parte gráfica. En esta tarea contó con la ayuda de destacados profesionales, muchos de los cuales (Jacobs, de Moor, Martin...) emprenderían brillantes carreras en solitario con sus propios personajes. No obstante, hay que señalar que en algunas ocasiones la fantasía le jugó malas pasadas y que, pese a sus esfuerzos por documentarse a fondo, cometió algún sonoro patinazo, como el inverosímil combate entre un gran navío de guerra y un pequeño buque pirata en El secreto del Unicornio, que -según los expertos- no hubiera sucedido en realidad o se hubiese saldado con una fácil victoria del navío del caballero de Hadoque.
[2] Dejo aparte otras referencias más ocasionales, como la arqueología submarina de El tesoro de Rackham el Rojo, la presencia del famoso templo nabateo de Petra en Stock de coque o la visita a un templo precolombino en Tintín y los Pícaros, que no se ajustarían a la temática propiamente “alternativa”.
[3] Véase mi artículo sobre la maldición de Tutankhamon en este mismo blog.
[4] FABER-KAISER, A. Los túneles de América. (1992) Pág. 7
[5] Op. Cit. Pág. 8