lunes, 20 de junio de 2016

Piezas de cerámica de hace más de 15.000 años: no son ooparts, sino realidades


Nuestro bien instalado paradigma en arqueología nos lleva diciendo desde hace muchas décadas que la cerámica es un producto típico de la fase cultural prehistórica llamada Neolítico, que es la época en la que el hombre fue dejando la práctica habitual de la caza y la recolección –actividades que no desaparecieron pero sí quedaron relegadas a la categoría de recurso secundario– y emprendió el camino de la producción de alimentos, mediante la domesticación de plantas y animales. De este modo, abandonó su modo de vida nómada y optó por el sedentarismo en un territorio determinado, haciéndose agricultor y pastor.

Este proceso hacia una nueva forma de subsistencia tuvo lugar una vez superada la última era glacial (alrededor del 10.000 a. C.), si bien se ha identificado algún experimento de cultivo en fechas anteriores, hacia el 11.000 a. C.[1] Sin embargo, los datos disponibles apuntan a que el inicio de la agricultura como práctica normal se sitúa hacia el 9.000 a. C., principalmente con el cultivo del trigo y la cebada. Por supuesto, esta transición no ocurrió de la noche a la mañana y tardó siglos e incluso milenios en consolidarse, primero en el valle del Jordán y en el creciente fértil de Oriente Medio (Mesopotamia) y luego en otros focos como Egipto, el valle del Indo, China, América, etc. hasta irse extendiendo paulatinamente por otras regiones del planeta[2]. En este desarrollo, los hombres ampliaron y mejoraron ostensiblemente su cultura material, pasando a pulimentar la piedra y a usar una gran variedad de artefactos, cada vez más adaptados a las distintas labores productivas.

Vasija de cerámica (Neolítico cretense)
Así, uno de los progresos que suele asociarse directamente al Neolítico es la producción de cerámica, que fue la lógica consecuencia de manipular arcilla plástica –dándole una determinada forma– y comprobar que podía adquirir solidez mediante la cocción al fuego. Por supuesto las primeras cerámicas eran relativamente toscas, se moldeaban a mano, y se cocían en hogueras. Hubo que esperar más o menos hasta el 5.000 a. C. para ver los primeros hornos de cocción a altas temperaturas, mientras que la tecnología del torno –que facilitó la producción “en masa”– no apareció hasta alrededor del 3.500 a. C.

En cuanto a la razón de ser de la cerámica, siempre se le ha concedido una función básicamente utilitaria. Así, este avance habría respondido a la necesidad de tener objetos sólidos y duraderos para almacenar, cocinar y servir los alimentos, cosa que encaja en el contexto de una economía productiva y unos asentamientos estables. De todas maneras, se acepta que el uso generalizado de la cerámica fue posterior a la domesticación de las plantas y animales, y así los arqueólogos hablan de un Neolítico pre-cerámico (más conocido por sus siglas en ingles, PPN[3]), con una cronología que arranca hacia 8.500 a. C., si bien muchos investigadores le conceden aún más antigüedad. Lo que sí es cierto es que esta fase neolítica “sin cerámica” perdura en muchos lugares hasta 5.500 a. C. aproximadamente.

Hasta aquí todo encaja en unos patrones tecnológico-culturales más o menos lógicos. El Paleolítico había sido una época de primitivismo o salvajismo, en la que las comunidades humanas procuraban subsistir en duras condiciones, viviendo en cuevas, cazando y recolectando y con una cultura material relativamente basta y limitada. Frente a esto, el Neolítico ha sido visto como una etapa de desarrollo enorme[4], marcada por la aparición de una economía productiva, el proto-urbanismo, la especialización de trabajo, la progresiva jerarquización social, etc. que acabaría desembocando en la Edad de los Metales (según la clásica división cultural propuesta por Thompsen), que sería el germen mismo de la civilización[5].

Lo que ocurre es que el propio registro arqueológico nos ha deparado más de una  sorpresa, provocando que los modelos que intentan encuadrar las fases de desarrollo cultural –siempre desde un modo de pensamiento evolucionista lineal– se vean ampliamente superados, dejando a los arqueólogos con la boca abierta y con muchas incógnitas por resolver. El caso más paradigmático es sin duda el famoso yacimiento de Göbekli Tepe (Turquía), un espectacular enclave megalítico que ha sido bien datado por Carbono-14 en una época “imposible” (entre 9.500 y 8.000 a. C.), en la cual el hombre estaba saliendo de su estadio de cazador-recolector o como mucho estaba en una etapa de Neolítico incipiente (el mencionado pre-cerámico).

Exterior de la cueva de Vela Spila (Korcula, Croacia)
En referencia a este tipo de hallazgos que cuestionan la visión primitiva que se tiene del Paleolítico, me ha llegado un interesante artículo de la arqueóloga croata Vesna Tenodi, publicado recientemente en el boletín de la Pleistocene Coalition[6]. Tenodi nos habla de un yacimiento llamado Vela Spila, situado en la isla de Korcula, frente a la costa de Croacia. Se trata de una cueva con una gran cámara de unos 50 metros de longitud por 30 de anchura, que ya fue identificada en 1835, pero que no empezó a ser investigada hasta mediados del siglo XX. Desde entonces los trabajos en este yacimiento se han ido sucediendo regularmente y, dada la importancia de los hallazgos, en los últimos años han sido llevados a cabo por cualificados expertos multidisciplinares de varias universidades europeas (Zagreb, Pisa y Cambridge).

Tras los primeros estudios, se comprobó que la cueva había servido como estación de caza, almacén de productos del mar e incluso como lugar de enterramiento, y se dató el yacimiento en un horizonte temporal mesolítico[7]-neolítico, concretamente en un marco comprendido entre 7.380 a. C. y 5.920 a. C. No obstante, la cueva tiene una gran potencia estratigráfica (más de 10 metros) y al ir excavando los estratos más profundos se siguieron hallando artefactos, lo que probaba que la cueva había tenido una ocupación muy extensa en el tiempo, con dataciones bastante más antiguas, de entre 13.500 y 12.600 a. C., si bien las últimas fechas obtenidas por Carbono-14 se remontan incluso a 20.000 años de antigüedad. Así, parecía del todo confirmado que los moradores más antiguos de Vela Spila habían sido cazadores-recolectores del Paleolítico Superior.

Los 36 objetos cerámicos del Paleolítico hallados en Vela Spila
Pero las excavaciones realizadas hace unos pocos años iban a procurar datos aún más notables. Así, en las campañas arqueológicas del periodo 2001-2006 se encontraron en esos estratos más profundos unos objetos bastante inesperados. En efecto, lo que llamó poderosamente la atención de los arqueólogos fue la presencia de 36 piezas de cerámica, en unos estratos datados en una horquilla ¡de entre 17.500 y 15.000 años de antigüedad! Se trataba de diversos fragmentos de cerámica figurativa de tipo ornamental o simbólico (representaciones de animales) y que estaba decorada finamente con punciones, incisiones e impresiones. Los arqueólogos comprobaron además –por el color marrón anaranjado de las piezas y por la suave textura de la pasta– que habían sido cocidas a una temperatura bastante alta, lo que constituye una característica de cerámicas relativamente “avanzadas”.

Ante este hallazgo, alguien podría decir que estamos ante unos auténticos ooparts, o sea, objetos que “no deberían estar ahí”, pues estarían teóricamente desplazados de su contexto natural, dado que la tecnología empleada no se ajusta a lo que sabemos sobre el Paleolítico superior. Por otra parte, también se podría objetar que quizás se  cometieron errores metodológicos o de interpretación en la excavación,  que habrían llevado a una confusión. Sin embargo, los datos aportados por Tenodi dejan poca duda de que el trabajo arqueológico fue correcto y que las dataciones realizadas no están bajo sospecha, si bien el Carbono-14 –así como otros metros de datación radiométrica– no están ni mucho menos exentos de error o contaminación, como se ha comprobado en numerosas ocasiones.

De todas formas, es oportuno recordar que ya anteriormente se habían encontrado restos de artefactos cerámicos en otras partes de mundo con dataciones excepcionalmente antiguas. Por ejemplo, tenemos 46 fragmentos de una vasija hallada en Japón, que se dató indirectamente mediante C-14  (por unos restos de carbón contiguos) en una increíble fecha de 14.000 a. C. En este mismo país tenemos además otros yacimientos, correspondientes a la llamada cultura Jomon, que presentan fragmentos de cerámica con dataciones alrededor de 10.500 a. C.[8] Y ya en el continente euroasiático, se identificaron restos esporádicos de cerámica en yacimientos  de la Rusia oriental, con cronologías que oscilan entre 13.000 y 9.000 a. C. Asimismo, tenemos otros restos de cerámica en China fechados entre 11.000 y 8.800 a. C.

Detalle de un fragmento cerámico decorado de Vela Spila
Si ahora recapitulamos, se nos presenta una curiosa paradoja. Así, vemos por un lado que el “desarrollado” Neolítico no conoció la cerámica en muchos lugares durante milenios, cuando la agricultura y la ganadería ya llevaban practicándose durante mucho tiempo. Por otro lado, parece que algunas comunidades de cazadores-recolectores sí conocían la tecnología precisa para fabricar cerámica –y con cierta calidad– ya en épocas muy remotas. Se podría argüir al respecto que lógicamente debieron existir experimentos y primeras pruebas con la cerámica durante los últimos coletazos del Paleolítico o durante el Mesolítico (todo ello alrededor del 10.000 a. C. o poco después), pero las fechas de 17.500 a. C. de Vela Spila son realmente impresionantes. Y para complicar más este escenario, Vesna Tenodi recalca que los estratos atribuidos al Mesolítico en este yacimiento no presentan ni una sola pieza de cerámica. En otras palabras, la tecnología cerámica se perdió en cuestión de unos dos o tres mil años y ya no volvió a reaparecer hasta el Neolítico típico de la zona, lo que constituye un desfase temporal enorme y una fuente de preguntas: ¿De dónde salió este conocimiento? ¿Dónde están los supuestos antecedentes más primitivos de esta cerámica? ¿Por qué se abandonó esta tecnología y no se volvió a recuperar hasta muchos milenios después?

Y para cerrar esta reflexión, deberíamos referirnos al trabajo de algunos investigadores como Alexander Marshack o Richard Rudgley[9] que propusieron –con escaso éxito entre el mundo académico– la existencia de claros indicios de un estadio de pre-civilización en el Paleolítico superior, a partir de ciertos elementos de la cultura material. Según esta visión avanzada del Paleolítico, los seres humanos que vivían en cuevas, incluidos los neandertales, habrían tenido una vida simple pero no exenta de un alto conocimiento y dominio de su medio natural. Así, a estos primitivos cazadores-recolectores se les atribuyen ciertos conocimientos matemáticos, prácticas médicas que incluyen cirugía, actividades mineras, fabricación de instrumentos musicales[10], una notable joyería, ropaje de piel y cuero (bien cosido con finas agujas de hueso), incipientes métodos de escritura y sobre todo conocimientos astronómicos basados en la atenta observación del firmamento. Y todo ello por no hablar de sus sofisticadas industrias líticas y de su arte plasmado en las famosas pinturas rupestres[11] o en los bellos artefactos tallados sobre piedra o hueso. 

Dicho todo esto, el estamento académico ya reconoce gran parte de lo que se acaba de exponer, pero no quiere oír hablar de un estadio de pre-civilización ni nada parecido pues la civilización, a su juicio, procede directamente de la herencia neolítica[12]. A ello responden algunos autores alternativos afirmando que la civilización fue un tenue legado de un mundo muy desarrollado que desapareció en tiempos remotos, y que ello explicaría la existencia de Göbekli Tepe en una época tan temprana, sin descartar que otros múltiples monumentos datados en el Neolítico o en la Edad de los Metales –entre ellos la Gran Esfinge de Guiza y muchos enclaves megalíticos– hayan sido mal datados y sean en realidad mucho más antiguos. Pero adentrarnos por este camino ya sería tema para otro artículo.

© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y Pleistocene Coalition News vol. 8 issue 3


[1] Se trata de indicios de centeno cultivado localizados en el yacimiento de Abu Hureyra (Siria)
[2] Por ejemplo, la agricultura no llegó a la Península Ibérica hasta el 6.000 a. C., aproximadamente.
[3] Pre-Pottery Neolithic (dividido en dos fases, A y B). Cabe señalar que en los últimos tiempos la denominación PPN viene siendo sustituida por el término de Neolítico acerámico.
[4] El ilustre arqueólogo Vere Gordon Childe llegó a hablar de “revolución neolítica” para calificar este salto evolutivo cultural de la Humanidad.
[5] Otro tema, objeto de cierta polémica que no vamos a tratar aquí, sería dilucidar cómo se produce el gran salto de las sociedades neolíticas hasta las civilizaciones plenamente formadas con todos sus rasgos típicos, como es el caso de Sumeria o Egipto.
[6] La Pleistocene Coalition es una asociación que agrupa a profesionales estudiosos de la Prehistoria de varios países que se muestran críticos o disidentes con respecto al paradigma científico actual, sobre todo en cuestiones relacionadas con el Paleolítico y el evolucionismo. El artículo, titulado From Stone Age to Space Age, se ha publicado en el n.º 3, volumen 8 (mayo-junio 2016) del Pleistocene Coalition News.
[7] Etapa de transición entre Paleolítico y Neolítico.
[8] Cabe reseñar que estas dataciones de Japón tan antiguas ya despertaron en su momento la reticencia y el escepticismo de muchos arqueólogos, que las creían equivocadas.
[9] Es muy recomendable la lectura del libro de Rudgley titulado The lost civilizations of Stone Age (1998), que tiene versión castellana: Los pasos lejanos, publicado por la editorial Grijalbo.
[10] Por ejemplo, el instrumento musical más antiguo reconocido es una flauta tallada en hueso que se atribuye a neandertales, con una gran antigüedad que oscila entre 67.000 y 43.000 años.
[11] De hecho, cuando en el siglo XIX fueron halladas las primeras pinturas rupestres paleolíticas en el norte de la Península Ibérica y el sur de Francia los prehistoriadores se negaron a creer –a la vista de su perfección y naturalismo– que hubieran sido realizadas por hombres “salvajes” y consideraron que se trataba de meros fraudes.
[12] Aquí es oportuno citar que para la arqueóloga Marija Gimbutas el Neolítico fue de algún modo la verdadera civilización, una sociedad matriarcal, avanzada, creativa, próspera y pacífica, en clara contraposición a lo que vino después.

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