sábado, 26 de mayo de 2018

El paradigma se hunde en el Pacífico


El pasado año publiqué aquí un artículo sobre la crisis que estaba experimentando el paradigma evolucionista a raíz de diversas investigaciones y hallazgos paleontológicos que habían tenido lugar en diversas partes del mundo. El problema se centraba, una vez más, en el origen del ser humano moderno, su relación con el resto de homínidos del género Homo y su difusión por todo el planeta. En cuanto a la cronología, cada vez se iban acumulando más dudas, pues la datación más antigua de Homo sapiens, que venía a situarse en unos 200.000 años[1], quedaba claramente en entredicho al hallarse unos inequívocos restos de humanos anatómicamente modernos en el norte de África con una antigüedad de poco más de 300.000 años.

Sin embargo, el problema cronológico centrado en África no es, ni de lejos, la mayor de las controversias. Desde hace tiempo, ya están apareciendo opiniones y propuestas basadas en restos materiales que cuestionan seriamente la teoría Out-of-Africa, según la cual el proceso de hominización tuvo lugar sólo en África –en concreto en la mitad este y también en el sur– a partir de a unos determinados homínidos (los australopitecinos). De acuerdo con la visión ortodoxa, de unos seres relativamente pequeños, cuadrúpedos y más simiescos que humanos, se fue evolucionando hacia el género Homo, siendo su primer representante el Homo habilis, que sería un ser completamente bípedo, con un cerebro más desarrollado y capaz de realizar unas toscas herramientas de piedra. La línea evolutiva seguiría con la expansión de estos homínidos hacia diversos lugares del planeta, con un progresivo aumento de la talla y sobre todo del cráneo, lo que supone un cerebro mayor y más complejo. Finalmente, el sapiens “surgiría” en África (¡otra vez África!) en una fecha aproximada a la antes citada y se iría expandiendo por toda la Tierra a partir de dos grandes oleadas, hace 130.000 y 70.000 años respectivamente.

Este clásico escenario se ha puesto en entredicho sobre todo en el área del Pacífico, pues los datos recientes apuntan a que el poblamiento de las islas de este gran océano pudo ser mucho más antiguo de lo que se creía hasta hace poco. De hecho, ya expuse en el citado artículo que el investigador independiente Bruce Fenton llegaba a apostar por un origen del hombre moderno en Australasia y no en África, con lo cual el proceso de difusión se habría producido exactamente al revés, de este a oeste. Lo que parece claro, a tenor de hallazgos tan antiguos como el famoso Hombre de Java (o Pitecántropo) y otros producidos durante el siglo XX, es que dentro del propio paradigma ya se insinúa la posibilidad de una especie de evolución regional de homínidos primitivos (Homo erectus o similares) en una vasta región asiática –hasta Extremo Oriente y el Pacífico– que desembocaría en una población de humanos anatómicamente modernos. Dicho de otro modo, tendríamos un hipotético panorama de varias evoluciones biológicas independientes y además en marcos temporales no coincidentes.

Representación de un hobbit
Así las cosas, el Pacífico ha ofrecido uno de los dolores de cabeza más grandes a la ortodoxia evolucionista con el descubrimiento a inicios de este siglo del llamado Homo floresiensis (apodado hobbit), un homínido datado entre unos 100.000 y 13.000 años de antigüedad, sólo identificado en la isla de Flores, cercana a Java. Como ya expuse en un amplio artículo, este pequeño humano de sólo 1 metro de estatura era una aberración para los esquemas establecidos, pues –pese a tener el cerebro poco más grande que el de un chimpancé– era capaz de fabricar herramientas similares a las que hacía el Homo sapiens en Europa y su aspecto general era bastante más humano que simiesco. Se sabe que estaba en Flores mucho antes de la llegada de los sapiens y que convivieron durante unas decenas de miles de años hasta desaparecer por causas desconocidas[2]. En cuanto a su origen y procedencia evolutiva nadie ha sido capaz de dar respuestas fundadas y todo han sido especulaciones, sobre todo para no violentar la teoría evolucionista que habla de homínidos cada vez más inteligentes, altos y de rasgos modernos según avanzaba el proceso evolutivo hasta culminar en el sapiens.

Con todo, el mayor enigma de Flores no son los restos de hobbits, sino otro hallazgo del cual apenas se habla: la cueva de Mata Menge. En dicha cueva se encontraron herramientas líticas similares a las que hacía el hobbit pero de una antigüedad de unos 800.000 años, según datación radiométrica. Lamentablemente, no se hallaron restos de huesos humanos que hubieran podido dar una respuesta sobre los autores de tales utensilios. Por puro prejuicio cronológico se asignaron al Homo erectus, pero no hay ningún resto de erectus en la isla y además no está nada claro que el hobbit fuese una “evolución” del erectus dada su evidente diferencia anatómica y de tamaño. Y por si fuera poco, había otro problema muy gordo en la trastienda: Flores había estado siempre incomunicada de otras islas o masas continentales; o sea, que “alguien” debía haber llegado ahí en una época impensable recurriendo a la navegación marítima, por muy arcaica y precaria que fuera. En su momento, un experto paleontólogo del Museo de Chicago quiso dar carpetazo a esta herejía y concluyó que la datación de Mata Menge debía ser errónea y que los restos se habían de asignar al H. sapiens, saltando de los 800.000 años a los 18.000 aproximadamente.

Isla de Luzón (Filipinas)
Y justamente hace escasas fechas he tenido noticia de otro hallazgo extraordinario muy reciente en el Pacífico, concretamente en la isla de Luzón (Filipinas), a 3.000 kilómetros al norte de Flores[3]. Se trata del descubrimiento de una serie de huesos fosilizados de rinoceronte y de herramientas líticas que lógicamente sólo pueden atribuirse a humanos. Según los restos observados, este yacimiento muestra que un grupo de humanos se dedicó a descuartizar, trocear y consumir un rinoceronte, separando la carne de los huesos e incluso machacando éstos para extraer la medula. No obstante, la sorpresa llegó al realizar las tareas de datación a partir del esmalte dental de los restos de rinoceronte. Según los métodos radiométricos empleados, el rinoceronte debía datarse en unos 709.000 años de antigüedad. Asimismo, las capas geológicas anterior y posterior al nivel de los huesos dieron fechas de 727.000 años y 701.000 años respectivamente, lo que daba un contexto fiable a la datación de los huesos fosilizados. A este respecto, hay que señalar que hasta la actualidad el primer poblamiento humano de las Filipinas se situaba alrededor de los 25.000 años, si bien se había hallado un hueso aislado datado en unos 67.000 años.

Sin embargo, una vez más, no aparecieron en el yacimiento huesos humanos que pudieran aclarar qué humanos moraban en Filipinas en aquellas remotísimas épocas. En todo caso, los expertos ya han descartado al H. sapiens (por razones cronológicas y manteniendo la teoría Out-of-Africa) y se quedan con un posible H. erectus, por la simple razón de que este espécimen ya estaba identificado en aquella región del planeta en esas fechas tan antiguas. Ahora bien, el arqueólogo que lideró las investigaciones en Luzón, Thomas Ingicco (del Museo Nacional de Historia Natural de Paris), no se atreve a saltar a la asignación automática al erectus y prefiere ser cauto en cuanto a la identidad de esos homínidos ignotos, teniendo en cuenta precisamente la inesperada aparición de los hobbits en Flores y sugiriendo que cada isla o región del Pacífico podría haber tenido sus propias singularidades evolutivas humanas.

En cualquier caso, el problema del poblamiento humano del Pacífico prosigue por dos vías. Por una parte, dicho poblamiento se hace cada vez más antiguo, sobrepasando con mucho los postulados clásicos sobre este tema, si dejamos de lado la presencia esporádica de algunos erectus, cuya gran antigüedad ya hace décadas que está bien reconocida. Por otra parte, existe un inmenso interrogante acerca de los autores de las herramientas de Flores y de Luzón, que nos sitúan en un horizonte de 700.000-800.000 años, y que para el paradigma no pueden ser sapiens de ninguna de las maneras, si bien no hay certeza de que fueran erectus.

Restos del Hombre de Java (H. erectus asiático)
En efecto, en este último punto todo se agrava al constatar que los dos territorios en cuestión son islas que no habían estado conectadas a masas continentales, lo cual ha obligado a los especialistas a plantear que de algún modo llegaron allí. Pero ¿cómo? La ciencia sigue poniendo al Homo erectus en un estadio de total primitivismo, aun disponiendo de la habilidad para realizar herramientas líticas elaboradas y de usar el fuego. Sin embargo, su capacidad intelectual sería más bien escasa y muy posiblemente no era capaz de tener un lenguaje articulado. De aquí que nadie le dé capacidades marineras a estos homínidos, pues ello implicaría fabricar botes o balsas y desplazarse a través de los mares, navegando (orientándose) mediante la observación del Sol y las estrellas. Desde luego, no es un escenario imposible pero en la opinión profesional de los expertos parece muy rebuscado. En suma, si bien al Homo sapiens se le adjudican capacidades náuticas en tiempos muy antiguos[4], ningún experto reconoce que homínidos más primitivos (como el erectus) pudieran navegar a ciertas distancias.

Precisamente sobre el caso reciente de Luzón, la paleoantropóloga de la Universidad de Nueva York Susan Antón ha afirmado que no entiende cómo pudo arribar el erectus a las Filipinas en esas fechas tan lejanas y descarta que pudiera navegar en botes. De ahí que, para explicar su presencia en Filipinas, Antón deba recurrir a especulaciones que casi caen en el campo de lo rocambolesco, como sugerir que los erectus fueron llevados allí por un gigantesco tsunami o que llegaron mediante “islas flotantes” de tierra y restos diversos juntados después de un tifón. Una vez más, tal hipótesis no es imposible, pero desde luego resulta extraordinariamente forzada, pensando también en la más que improbable supervivencia en las condiciones descritas. No se trata de unas pocas millas en el mar, sino de largos desplazamientos en un medio que para aquellos homínidos debía ser completamente hostil y desconocido.

El mítico continente de Mu (según J. Churchward)
En cualquier caso, el paradigma parece no querer explorar otras posibilidades, como por ejemplo que existiese una población humana autóctona en el Pacífico desde tiempos muy remotos, lo cual iría directamente en contra de la idea de la “expansión” antigua de los erectus o la más moderna de los sapiens. Este escenario autóctono podría entroncar con las tradiciones y leyendas nativas que hablan de un gran continente en el Pacífico (un concepto que podríamos entroncar con el mito de Mu) y que resultó destruido o hundido  por una catástrofe natural de origen incierto. Desde luego, estaríamos hablando de un escenario especulativo y actualmente falto de pruebas, pero también es cierto que el paradigma se ha limitado a plantear una ocupación humana del Pacífico en fechas tardías y como consecuencia de la famosa segunda oleada migratoria de sapiens, lo que no explica la presencia de unos humanos o humanoides desconocidos en las fechas tan remotas que hemos destacado y que la propia ciencia ha confirmado, a no ser que dejemos de confiar en los métodos radiométricos de datación. De algún modo, esto nos recuerda al marco teórico inamovible del poblamiento humano de las Américas, que el paradigma se empeña en atribuir a otra oleada migratoria de sapiens asiáticos de origen muy reciente, y todo ello a pesar de que existen varios yacimientos en que se percibe actividad humana con una antigüedad que se va a las decenas de miles de años e incluso en ciertos casos puntuales a los cientos de miles de años, como Hueyatlaco, Calico o Toca da Esperança.

Precisamente, para acabar de rematar las incógnitas del Pacífico –con relación a América– cabe señalar que en 1999 se hallaron en Brasil y Colombia más de 50 esqueletos y cráneos humanos de gran antigüedad (unos 12.000 años) que no se correspondían en absoluto con la típica raza mongoloide-asiática, la que supuestamente había atravesado el estrecho de Bering, sino a un tipo mucho más próximo a los aborígenes australianos. Además, dicha población habría precedido a la ocupación humana de Sudamérica, que se produjo unos 3.000 años después, según defiende el actual paradigma. A todo ello deberíamos añadir trazas dispersas y controvertidas de presencia asiática y polinesia en América desde tiempos prehistóricos hasta una gran expedición china del siglo XV, según la teoría del autor Gavin Menzies. En suma, aquí podríamos tener indicios de que el enorme Pacífico no fue una barrera insuperable en tiempos remotos, sino más bien una vía de comunicación, exploración y poblamiento.

Megalitismo en el Pacífico
Por otra parte, el paradigma tampoco ha sabido explicar la presencia de una indiscutible cultura común megalítica en amplias zonas del Pacífico y que llega hasta la propia isla de Pascua con sus imponentes moai. Todo ello se supone que fue obra de los antepasados de los actuales nativos, pero se da por hecho que tales comunidades eran muy primitivas y relativamente salvajes –tal como las descubrieron los navegantes occidentales desde el siglo XVI– y que en modo alguno podían constituir algo que podamos calificar como “civilización”, pues llevaban una vida simple, sin sistema de escritura y sin otros adelantos propios de una sociedad superior al nivel de la Edad de Piedra. No obstante, la construcción de tales monumentos megalíticos –algunos realmente extraordinarios– se hunde en la noche de los tiempos y de hecho los nativos los atribuyen en muchos casos a una raza de gigantes o semidioses[5] que ocuparon las islas mucho antes de que llegaran ellos.

Concluyendo, si los autores de las herramientas de Flores y Filipinas no fueron erectus, ya que presumiblemente no podían navegar, ¿podrían haber sido sapiens? ¿O tal vez algún tipo de hobbits? ¿O tal vez otra rama humana desconocida? Esto resulta una herejía para el paradigma, pero el poder del patrón mental evolucionista es tan grande que impide plantear cualquier escenario alternativo porque todo se ve en función de unos procesos de avance y sustitución de unos humanos más capaces por otros en unos rígidos –aunque cada vez menos– marcos temporales. Pero, ¿y si estuviéramos en el Pacífico ante un abanico de diversas razas humanas, de aspecto anatómico relativamente diverso (incluyendo un volumen craneal dispar), como existe hoy en día? Esto se podría extrapolar a otros escenarios en otras regiones del planeta donde los propios expertos ortodoxos han constatado la convivencia de varias especies de homínidos avanzados y que además se cruzaron entre ellos desde épocas muy distantes (según las estimaciones genéticas realizadas). Con todo, los darwinistas ortodoxos siguen en sus trece, aun a riesgo de acabar hundidos en el Pacífico, o en otros muchos puntos del planeta.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[1] Esta fecha era el resultado coincidente de unos restos de huesos hallados en Etiopía con las cifras arrojadas por las más novedosas técnicas genéticas (del ADN mitocondrial y el llamado reloj molecular).

[2] Cabe reseñar que, según el investigador alternativo Robert Schoch, existen crónicas y tradiciones que hablan de unos humanos pequeños o pigmeos en esa región hasta hace pocos siglos, lo que podría indicar que durante milenios sobrevivió una pequeña población marginal, posiblemente alejada del hábitat de los humanos modernos.

[3] Fuente: www.sciencemag.org

[4] Según estudios recientes, se cree que los hombres de la Edad de Piedra ya pudieron desplazarse en botes en el ámbito del mediterráneo hace unos 130.000 años.


[5] Véase el artículo de este blog sobre la mitología de los gigantes en el Pacífico.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Baalbek: reconocimiento de una colosal obra prerromana


Hace ya tiempo publiqué en este blog un extenso artículo que repasaba el conocido asunto del santuario de Baalbek (en el Líbano), que ha sido objeto de intensa polémica entre la arqueología alternativa y la ortodoxa. El motivo de tal controversia, que ya dura varias décadas, es la imponente arquitectura de una parte del santuario, más concretamente el podio o basamento del templo de Júpiter, de época romana, que contiene en su parte inferior unos monstruosos bloques megalíticos de cientos de toneladas de peso, siendo tres de ellos de 800 toneladas (el trilithon), a lo que hay que añadir otro gigantesco bloque –la Piedra del Sur– de un peso de unas 1.000 toneladas que quedó inacabado en la cantera próxima, si bien en un avanzado estado de tallado.

Para sintetizar la polémica, basta decir que los autores alternativos, desde los años 60, señalaron que los fundamentos del citado basamento –en parte megalíticos– no se correspondían con la conocida obra romana, en cualquiera de sus variantes y soluciones. De hecho, el conjunto de Baalbek tiene una larguísima historia, pues ya contenía restos prerromanos[1] y, tras la construcción principal llevada a cabo en época imperial, el santuario se convirtió en fortaleza y sufrió varias remodelaciones y reparaciones en época bizantina y luego árabe. Ahora bien, los bloques megalíticos, perfectamente tallados y colocados in situ sin ninguna argamasa parecían un reto fuera de lugar incluso para los expertos ingenieros y arquitectos romanos. Más bien se correspondían con otras construcciones megalíticas –presentes en varios lugares del mundo– de dudosa cronología[2], y con paralelos tan cercanos como ciertos monumentos egipcios o algunos restos observables en el antiguo Monte del Templo[3], atribuido a Salomón, en Jerusalén. En suma, desde el mundo alternativo se proponía que esa obra era mucho más antigua y más perfecta que cualquier cosa que hubieran podido hacer los romanos. 

Lo cierto es que la arqueología académica, en general, hizo oídos sordos a las críticas y observaciones alternativas, y más aún cuando estas opiniones sugerían que detrás de tal obra colosal estaban los extraterrestres, los gigantes, los Anunnaki, los atlantes o cualquier civilización desaparecida. No obstante, se hicieron algunos esfuerzos por parte académica para demostrar –sobre bases teóricas– que, si bien los romanos no tenían por costumbre recurrir a bloques ciclópeos, sí tenían la capacidad técnica de tallar los bloques, alzarlos, desplazarlos y colocarlos luego en el basamento o podium del templo, y sin la necesidad de emplear miles de esclavos o trabajadores. En su momento, en el citado artículo, ya expuse los problemas de estas argumentaciones y no me extenderé en más comentarios.

Vista parcial del santuario en la actualidad
Sin embargo, vale la pena señalar ahora que la arqueología académica, a la luz de las recientes investigaciones de los últimos años en el lugar, ya está empezando a reconocer abiertamente la existencia de una imponente obra prerromana de incierto origen. Básicamente, los trabajos realizados han demostrado que existió una vasta intervención anterior al proyecto romano, a lo cual cabe añadir la constatación de que la Piedra del Sur no está sola, sino que hay por lo menos otros dos bloques descomunales, de peso todavía superior a ésta. Por otra parte, también creo interesante mencionar las últimas observaciones realizadas en Baalbek por Graham Hancock, que desbaratan un poco más las teorías académicas e introducen más incógnitas en la ecuación, a la espera de nuevas interpretaciones.

Así pues, me gustaría referirme a un trabajo[4] publicado en 2010 por el arquitecto y arqueólogo alemán Daniel Lohmann, miembro de la misión arqueológica alemana en Baalbek. En su artículo Giant strides towards monumentality (“Grandes zancadas hacia la monumentalidad”), Lohmann se refiere a un proyecto monumental megalómano que precedió a la gran construcción romana iniciada en siglo I d. C. Según la moderna investigación arqueológica, quedaría probado que existió un plan anterior al romano, otro gran santuario o construcción que fue objeto de posterior reaprovechamiento por parte de los romanos. En palabras de Lohman: 

“En la época de los trabajos franceses y libaneses en Baalbek, se hallaron los restos de construcciones monumentales prerromanas en las excavaciones bajo el pavimento romano del Gran Patio. La prospección e interpretación actuales muestran que existía un piso prerromano a unos 5 m. bajo el piso del Gran Patio Romano tardío, por debajo del posterior patio oriental. Como rasgos, se incluyen un monumento de podio independiente y una escalera en voladizo precedente; ambos sugieren una anterior entrada al santuario. Además, se podría afirmar que el muro de cimentación situado debajo de la peristasis del templo pseudodipteral imperial inicial era de fecha prerromana. Esta antigua terraza en forma de T ya era una construcción gigantesca, al menos cinco metros más alta que el tell y que cualquier construcción de plataforma. Debido a la falta de restos arquitectónicos de un templo, se puede suponer que el templo para el que se construyó esta terraza nunca fue terminado o quedó completamente destruido antes de que comenzara una nueva construcción. [...]

La construcción inconclusa del santuario prerromano se incorporó a un plan maestro de monumentalización. Aparentemente desafiado por la enorme construcción prerromana, el antiguo santuario imperial de Júpiter muestra tanto una arquitectura de diseño megalómano como la técnica de construcción de la primera mitad del primer siglo después de Cristo. El ejemplo más famoso puede ser el trilithon que forma la hilada media del podio del templo occidental en tres bloques de 4 por 4 por 20 metros. El podio se puede considerar como un intento de esconder la terraza del templo –más antigua y de forma inconveniente– detrás de un podio de estilo romano, que consta únicamente de tres hiladas de mampostería, con una altura de doce metros.”[5]

Es decir, se reconoce explícitamente que existió en Baalbek una gran construcción previa –llamémosla megalómana– que tal vez pudo ser la base para un templo o un gran edificio y que quedó inacabado o que fue destruido. Y todo esto en un tiempo indeterminado, pues no hay datos de ninguna datación ni tampoco una posible adjudicación a una cultura concreta (¿fenicios, época helenística...?). Ya sabemos que la obra es “prerromana”, pero la falta de mayores referencias concretas resulta un poco desconcertante. ¿Qué cultura se dedicaba allí a la megalomanía arquitectónica en tiempos históricos? En todo caso, quedaría por aclarar el elemento esencial de la controversia, esto es, establecer qué parte de lo que podemos ver en Baalbek es genuinamente romana y qué parte es anterior (sin que sepamos por el momento quién la realizó, ni cómo, ni cuándo).

El trilithon (véase la diversidad de paramentos)
A este respecto, Graham Hancock hace notar que el gran podio erigido sobre enormes bloques –incluyendo el trilithon– en realidad no es un podio para el majestuoso templo de Júpiter sino un recinto formado por muro megalítico en forma de U. En efecto, lo que Lohmann llama Podio 2 no sustenta el templo, no forma parte de su fundamento o base, sino que lo rodea en tres de sus lados (norte, sur y oeste). Como hemos visto, Daniel Lohmann asegura que tal construcción es contemporánea del templo de Júpiter y del resto de templos y que se erigió meramente para tapar la terraza o plataforma “poco vistosa” que conformaba la base real del templo (el Podio 1, en denominación de Lohmann, de época herodiana). O sea, hemos de creernos que tan magna construcción aparentemente sólo tuvo una función decorativa o cosmética.

Lo que Hancock opina, y yo comparto, es que el llamado Podio 2, la obra megalítica, podría haber estado allí desde hacía muchos siglos –tal vez milenios– y que los romanos lo aprovecharon como muro de contención o para otra finalidad similar. Obviamente, disponer de alguna datación absoluta de esta estructura podría despejar muchas dudas, pero cuando Graham Hancock preguntó a Lohmann si se había realizado alguna datación del Podio 2 mediante Carbono-14, éste le contestó que lamentablemente no se disponía de ninguna, ya que el paso del tiempo y las modificaciones sufridas por las estructuras habían borrado cualquier traza de material orgánico. En todo caso, desde mi conocimiento de la arqueología romana, me parecen claros los siguientes hechos:

  • No tiene sentido, ni tampoco ningún precedente en el mundo romano, realizar ese recinto monumental en torno al podio del templo sólo por motivos “estéticos”. Y todavía es más extraño ver que para tal muro se emplearon bloques de distinta medida, siendo algunos de ellos de tamaño y peso enorme (incluido el trilithon), lo que carece de lógica ya que –como hemos visto– no debían soportar ninguna gran estructura. Ese es un argumento demoledor contra la hipótesis romana.
  • Los romanos, a lo largo de varios siglos, no recurrieron en su arquitectura o ingeniería a tales bloques megalíticos gigantescos. Para grandes obras solían emplear sillares de piedra de tamaño medio (opus quadratum) o bien cemento (opus caementicium), u otro tipo de paramentos en piedra o en ladrillo.
  • Los romanos, aparentemente, no tenían capacidad técnica para mover y colocar bloques de más de 300 toneladas, según sabemos por el complicadísimo transporte de obeliscos procedentes de Egipto. Y aunque hubieran ideado algún sistema con máquinas, lo más probable es que fuera tremendamente complejo, lento y muy costoso, nada operativo para los eficientes romanos. (Es exactamente lo mismo que ocurre en el mundo actual, aun disponiendo de maquinaria motorizada.)
  • No hay ningún dato sobre el terreno que permita asociar fiablemente el Podio 2 con el resto de monumentos romanos. Antes bien, la fuerte erosión que presentan algunos bloques de este muro apunta a una evidente diferencia cronológica con la obra propiamente romana. Por tanto, la pretensión del estamento académico de que este muro es romano al 100% es una mera suposición que no está basada en pruebas objetivas e indiscutibles.

La Piedra del Sur
Por otra parte, las modernas excavaciones llevadas a cabo en la cantera que abasteció de piedra a los constructores de Baalbek han sacado a la luz dos nuevos monstruosos bloques paralelepípedos que quedaron inconclusos, ambos muy cerca de la ya conocida Piedra del Sur. El primero, de unas 1.200 toneladas, ya había sido excavado en los años 90, mientras que el último fue localizado y excavado en 2014, y según las estimaciones de los expertos podría tener un peso de unas 1.650 toneladas. Evidentemente, todo empuja a pensar que estos inmensos bloques estarían destinados a completar la estructura Podio 2, en conjunción con los ya conocidos bloques del trilithon. Y nuevamente, las explicaciones académicas caen por su propio peso (nunca mejor dicho en este caso). Como se ve, la Piedra del Sur no fue una excepción o un error de cálculo, pues ahí tenemos varios bloques similares esperando ser finalizados. Los romanos no hubieran dejado un trabajo tan ingente inacabado; no tiene ningún sentido lógico, ello por no volver a incidir en la muy improbable capacidad técnica de mover y colocar esos bloques en su lugar.

Puestos a especular, más bien parece que los constructores originales del Podio 2, quienes quiera que fuesen, vieron interrumpido su trabajo de forma brusca por alguna poderosa razón que desconocemos (¿un desastre natural, una crisis económica, un problema político, una guerra...?). Asimismo, fueron incapaces de retomar el trabajo abandonado, quedando los enormes bloques en su emplazamiento actual, sin que tampoco tengamos la menor pista de lo que sucedió (¿el fin de una civilización?). Lo que es obvio es que dada la enorme solidez de la estructura, allí se mantuvo durante un tiempo indefinido hasta que pasó a formar parte del conjunto romano.

En cualquier caso, una vez más estamos ante ese vacío, explicaciones fáciles o despeje de balones por parte académica cuando se habla de megalitismo a esta escala tan enorme y con tal perfección técnica. Y al igual que, por ejemplo, los muros ciclópeos de Sacsayhuamán (Perú) fueron asignados a los incas, los muros con bloques gigantescos de Baalbek fueron asignados a los romanos con escasa discusión. Detrás de ello sólo veo el miedo a reconocer que las antiguas civilizaciones conocidas no tenían los medios para emprender tales hazañas arquitectónicas. Esto nos lleva por fuerza a la hipótesis de la civilización desaparecida, para la cual no debía ser un esfuerzo titánico manejar tales bloques, pues posiblemente disponían de una tecnología desconocida para nosotros. Y aun admitiendo que ésta es una explicación situada en un escenario hipotético y un limbo de pruebas, me parece más razonable que las propuestas convencionales, o al menos más consistente como punto de partida.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[1] Según los arqueólogos, el yacimiento es un típico “tell”, una colina que fue aumentando en altura según se producían las sucesivas ocupaciones humanas y abandonos a lo largo de miles de años. Los restos más antiguos se han datado en el Neolítico, hacia el 8000 a. C.

[2] Recordemos que el megalitismo, en sus diferentes manifestaciones, ha sido datado por la arqueología ortodoxa desde el Neolítico hasta la Edad de Bronce, con algunas apariciones esporádicas en época histórica, si bien no se suele emplear el término “megalítico” para describirlas.

[3] También denominado “Explanada de las mezquitas”.

[4] Fuente: www.archeologia.beniculturali.it/pages/pubblicazioni.html


[5] LOHMANN, D. Giant strides towards monumentality. The Architecture of the Jupiter Sanctuary in Baalbek / Heliopolis. Bollettino di Archeologia on line 2010/ Volume speciale/ Poster Session 2 (Texto traducido del inglés)

lunes, 7 de mayo de 2018

Civilizaciones desaparecidas y mensajes subliminales



Todos los aficionados a la arqueología alternativa saben que uno de los caballos de batalla más firmes de sus tesis heréticas es el tema de las civilizaciones desaparecidas (una o varias), argumento que tal vez permitiría entender algunas cosas que aún hoy en día resultan oscuras o confusas desde el punto de vista arqueológico. Para resumir, podríamos decir que hay dos enfoques principales sobre esta cuestión. Por un lado, están los que abogan por una civilización que data de hace unas decenas de miles de años –encarnada principalmente en el mito de la Atlántida– y que resultó destruida por un enorme cataclismo hace unos 12.000 años, como ya expuse en el artículo reciente sobre catastrofismo. Por otro lado, están los que adoptan una perspectiva de historia cíclica y que creen que ha habido varias humanidades que han nacido, prosperado y desaparecido en ciclos de tiempo muy extensos, llegando incluso a varios millones de años, tal como afirma la tradición védica hindú, y que ha tenido eco en autores occidentales tan conocidos como Michael Cremo.

Por lo demás, tampoco hay una idea muy definida de cómo podrían haber sido esas humanidades pasadas e ignotas. En algunos casos, recogidos por Cremo, se habla de presencia de restos de Homo sapiens (u homínidos anatómicamente modernos) con antigüedades de hace algunos millones de años, pero sin estar claramente asociados a una cultura material determinada. Más bien parece que esos hipotéticos hombres de eras remotas vivirían o bien en una supuesta Edad de Piedra o bien en un estadio de civilización primitivo. No obstante, algunos supuestos objetos sofisticados o avanzados de incierta datación –los famosos ooparts– empujarían a pensar que los humanos de esos tiempos tenían una civilización tecnológica similar a la nuestra o incluso más adelantada. En esta misma línea también cabe mencionar las visiones del psíquico americano Edgar Cayce en las que hablaba de tecnología de cristales y otros poderes que no estarían al alcance de la humanidad actual. Este tipo de especulaciones de algún modo enlazaría con el viejo debate sobre los prodigios de algunas obras megalíticas, asunto polémico que he abordado frecuentemente en este blog.

Los inicios de la civilización: Egipto
Asimismo, he dejado claro que el estamento académico se ha mostrado tradicionalmente reticente –por no decir hostil– ante esta clase de propuestas. La historia ortodoxa sólo contempla un único escenario evolucionista, fundamentado en datos geológicos, biológicos y paleontológicos, según el cual los homínidos aparecieron por obra y gracia de la evolución por selección natural hace unos cuantos millones de años y acabaron derivando en una serie de especies humanas (o humanoides), que condujeron a la aparición y posterior supervivencia de una especie humana más avanzada y adaptada: el Homo sapiens, o sea, nosotros. Las demás ramas humanas acabaron por desaparecer por los propios procesos de competencia natural y el sapiens se quedó solo hace unos 30.000 años, cuando perecieron los últimos neandertales. Y por supuesto, en este marco lineal no cabe hablar de ninguna civilización remota. Para la ortodoxia, sólo hubo una larguísima Edad de Piedra que finalizó con el Neolítico (etapa de salto hacia la producción de recursos en detrimento de la caza y la recolección), que a su vez dio paso a las primeras civilizaciones hace unos 5.000 años.

En este clásico contexto de negación de civilizaciones desaparecidas por parte de la ciencia académica, he quedado sorprendido por las recientes noticias que han aparecido en numerosos medios de comunicación acerca de una investigación de tipo físico, químico y geológico que pretende abrir una inesperada puerta a una civilización perdida no hace miles de años... sino millones. En efecto, en el artículo titulado Was There a Civilization On Earth Before Humans?[1] (“¿Hubo una civilización sobre la Tierra antes de los humanos?”) los científicos norteamericanos Adam Franck (astrofísico de la Universidad de Rochester) y Gavin Schmidt (director del GISS[2]) realizan una serie de planteamientos teóricos no muy habituales –y aparentemente muy audaces– sostenidos por determinadas observaciones de tipo geológico y medioambiental. Paso pues a comentar este documento, adjuntado al final unas breves reflexiones sobre su validez e intención.

En primer lugar, empero, cabe resaltar que resulta un poco desconcertante el título de artículo pues pretende suponer que hubo una civilización antes de los humanos, lo cual nos empuja a pensar que o bien tal civilización surgió a partir de otra clase de seres terrícolas o bien fue obra de alienígenas. Desde luego, esto es algo que podríamos considerar un patinazo o resbalón del lenguaje, pero me pregunto si no se hizo para no violentar el paradigma evolucionista sobre el origen del hombre. Lo que parece claro es que si dejamos a los extraterrestres en su limbo científico, lo lógico sería pensar que dicha civilización sería fruto de humanos al menos parecidos a nosotros. Así pues, creo que no hubiera sido ningún problema poner “una civilización (o humanidad) precedente” o algo similar, pero dejémoslo ahí.

¿Civilizaciones de hace millones de años?
Si nos centramos en el trabajo de estos científicos, afirman que su investigación, que ellos han bautizado como “hipótesis siluriana”[3], nació de la pregunta retórica acerca de si podían haber existido civilizaciones muy anteriores en el tiempo a la nuestra y –si así fuera– cómo podríamos llegar a saberlo, o al menos a tener algún tipo de indicio, teniendo en cuenta la probabilidad, por escasa que sea, de que en 4.500 millones de antigüedad del planeta podría haber tenido lugar un proceso de civilización del cual no fuéramos conscientes. No obstante, Franck y Schmidt inciden en el hecho de una civilización muy remota podría haber desaparecido sin dejar rastro material apreciable, aunque hubiera erigido grandes ciudades y obras, aparte de la muy difícil localización de restos orgánicos, pues la fosilización de dichos restos es en realidad un proceso bastante extraordinario en la naturaleza. Por la propia experiencia terrestre, se podría esperar encontrar tal vez algunos restos esporádicos de hace unos pocos miles de años, pero con toda seguridad no de millones de años. Eso implica que, aunque una civilización altamente desarrollada hubiera pervivido muchos miles de años, no necesariamente dejaría los rastros “habituales” que persiguen los arqueólogos.

En realidad, su estudio tiende más bien a plantear el descubrimiento en otros mundos de una exo-civilización esto es, una civilización originaria de algún planeta del Universo que en el futuro pudiera ser identificada por sus restos. En todo caso, el punto de partida o condición sine qua non es que tal civilización debería haber sido altamente desarrollada, semejante a nuestra modernidad industrial. Así pues, la hipótesis tiene como base metodológica la comparación de ese mundo perdido con la actual etapa de crecimiento industrial de la Humanidad llamada convencionalmente Antropoceno. Desde esta perspectiva, lo que los autores tratan de buscar es una serie de marcas o indicadores en el registro geológico –similares a los que dejaría sobre el terreno una sociedad industrial como la nuestra– que pudieran señalar la inequívoca presencia de una sociedad avanzada hace millones de años.

Ahora bien, ¿sería sencillo identificar las trazas de una civilización de hace millones de años? Los autores constatan que el registro geológico es bastante limitado, pues en la Tierra sólo se puede acceder a superficies terrestres del Cuaternario, siendo la más antigua conocida de hace 1,8 millones de años (situada en el desierto del Negev, al sur de Israel). Para estudiar restos más antiguos se ha de recurrir a acantilados o cortes en la roca. La solución a este problema de “detección” surge de la investigación climática, o dicho de otro modo, del impacto físico-químico sobre la naturaleza que ha dejado el desarrollo industrial en los siglos recientes.

Aquí llegamos al núcleo duro de la teoría. Los autores creen que, a falta de restos materiales convencionales, se podría explorar la hipotética huella industrial dejada sobre el paisaje en un amplio marco de tiempo que abarcara muchos millones de años. Para realizar este ejercicio teórico, se recurre a la extrapolación de la actual situación del planeta Tierra, con una civilización que ha ido dejando rastros derivados de su creciente actividad industrial. Así, cabe esperar que el actual recurso generalizado a determinados productos y a prácticas industriales deje en la naturaleza una impronta duradera, sobre todo en forma de sedimentos, en los cuales sería factible identificar unos indicadores de “extraños equilibrios químicos”.

Los autores citan, por ejemplo, el caso de los fertilizantes (necesarios para la producción agrícola a gran escala), que dejarían un rastro de grandes cantidades de nitrógeno, que se acabaría depositando en los sedimentos de nuestra era. Asimismo, está el caso de ciertos productos de uso muy extendido que datan del siglo pasado, como los plásticos, que según varios estudios se están depositando de forma masiva en el fondo de los mares, creando una capa geológica que podría perdurar durante enormes periodos de tiempo. En este mismo plano, también cabría citar otros productos químicos contaminantes e isótopos radioactivos que se depositan sobre la superficie terrestre y que tienen larguísimos periodos de degradación.

Uso de combustibles fósiles
Por otro lado, tenemos el asunto de la quema de combustibles fósiles (básicamente petróleo y carbón). Según la hipótesis siluriana, el carbono liberado a la atmósfera dejaría indicadores en forma de ciertos isótopos, de igual modo que los aumentos significativos de temperatura. Con este escenario, un científico del futuro se podría encontrar en sus análisis químicos determinados picos de nitrógeno, nanopartículas de plástico o incluso esteroides sintéticos. Y por lógica, si encontrásemos estas trazas en estratos geológicos de enorme antigüedad podríamos especular con la desaparición, hace millones de años, de una civilización industrial similar a la nuestra.

Sin embargo, no es conveniente ir tan deprisa. Los propios autores hacen referencia a un periodo llamado PETM (Paleocene-Eocene Thermal Maximum, “Máximo térmico del Paleoceno-Eoceno”) de hace unos 45 millones de años en los que la temperatura ascendió de forma notable y en que la Tierra estaba casi libre de hielos. En este caso del PETM, los análisis químicos también muestran picos de isótopos de carbono y oxígeno, que podrían ser muy similares a los de nuestro actual Antropoceno, sin que ello suponga forzosamente pensar en una civilización, pues la liberación del carbono y el oxígeno podría haberse dado en una escala temporal muchísimo mayor que los recientes 300 años. De hecho, es bien sabido que a concentración de CO2 en la atmósfera ha sido variable a través de las eras geológicas y que en otras épocas fue mucho mayor que en la actualidad[4]. Sobre el origen de estas alteraciones naturales, tampoco hay demasiadas certezas, si bien se apela frecuentemente a desastres naturales, erupciones volcánicas, eventos cósmicos, etc.

En suma, los autores vienen a concluir en la idea de que sería muy complicado detectar con plena fiabilidad la presencia de una civilización avanzada semejante a la nuestra y que podría darse el riesgo de confundir factores naturales con factores humanos. No obstante, la validez de esta hipótesis radicaría en la concienciación de lo que supone el impacto de una civilización industrial sobre el medio ambiente, en términos de cambio climático y autodestrucción o colapso de la propia civilización. Así pues, en términos de supervivencia de una civilización sería aconsejable renunciar a las energías que producen un fuerte impacto sobre la naturaleza y adoptar otras energías sostenibles, que sin duda dejarían una ínfima huella sobre el terreno... ¡y dificultarían pues la detección de carácter físico-químico! Franck y Schmidt lo expresan de forma muy clara en la siguiente afirmación:

“Una vez que te das cuenta, a través del cambio climático, de la necesidad de hallar fuentes de energía de bajo impacto, menos impacto dejarás. Por tanto, cuanto más sostenible se haga tu civilización, menor será la señal que dejarás para las futuras generaciones.”

Restos plásticos (foto: A. Whaddington)
Acabáramos. Esta propuesta no va realmente de arqueología especulativa, sino que constituye un sutil mensaje subliminal del alarmismo climático. En efecto, ahí tenemos el repetido mantra de la supuesta peligrosidad de los combustibles fósiles y la muy reciente cruzada contra los plásticos. El mensaje es claro: una civilización basada en un desarrollo industrial como el nuestro está condenada a la desaparición. Que podamos detectarla de aquí a miles o millones de años, eso ya es otra cosa... En fin, para no extendernos demasiado e irnos por otros derroteros, basta decir que la teoría del calentamiento global antropogénico carece totalmente de fundamento científico, como han demostrado con hechos y datos cientos de expertos reconocidos e imparciales[5]. Pero aun dejando a un lado la polémica sobre el cambio climático, podemos ver que la hipótesis siluriana aporta muy poco a los estudios serios sobre una hipotética civilización desaparecida, e incluso sobre el futuro de nuestra civilización.

Para empezar, como ya se ha recalcado, ni los proponentes de esta hipótesis tienen claro cómo se podría discriminar con precisión el sentido de los indicadores “irregulares” hallados en los análisis químicos. Al no haber seguridad sobre el origen de esos picos de determinados elementos ya mencionados, sería muy complicado determinar si hubo vida inteligente aquí o en otro planeta sin disponer de otros elementos de contraste. En cualquier caso, también cabe la posibilidad de que los indicadores que maneja esta hipótesis estén presentes hasta un determinado tiempo y luego desaparezcan del registro geológico o sean tan leves que no permitan aportar ninguna información fiable.

Asimismo, podemos apreciar un grave sesgo, reconocido por los propios autores, que es suponer que una civilización desarrollada tuvo que pasar por una etapa industrial similar a la nuestra, ya sea en nuestro planeta o en cualquier otro. Incluso si aceptamos que esa civilización alcanzó una fase industrial, no se puede saber qué tipo de industria iba a desarrollar ni con qué fuentes de energía, y si en caso de producir cierta contaminación no hubiera hallado un remedio eficaz contra ésta. Del mismo modo es imposible saber cómo evolucionará nuestra civilización, pues todos los presagios catastrofistas están plagados de sesgos, manipulaciones y mentiras, por no hablar del propio riesgo de hacer predicciones basándose en simples proyecciones estadísticas o matemáticas. Hay muchos escenarios posibles a partir de nuestra actual situación y que no necesariamente han de acabar en la deposición y consolidación de residuos –ya sean contaminantes o no– durante millones de años. Ahora es pertinente recordar que la geología contiene una buena parte de especulación, pues por ejemplo las propias dataciones radiométricas (sobre elementos radioactivos) están basadas en proyecciones matemáticas y suposiciones sobre la inalterabilidad de ciertos procesos, aparte de los importantes márgenes de error propios de la metodología[6].

Aún así, y aunque admitamos la bondad de los argumentos de estos científicos, también podríamos considerar que es un sesgo afirmar que una civilización fue destruida por su propia contaminación o por haber provocado un “cambio climático”. Podría haber sobrevivido a un gran desastre ecológico –debido a causas naturales o bien a causas antrópicas– o de cualquier otra clase y luego desaparecer por otros motivos completamente distintos. Las civilizaciones antiguas, por ejemplo, ya no están entre nosotros porque sucumbieron a procesos internos o externos de desintegración o evolución, y en ningún caso podemos hablar de un “desastre industrial”. A lo mejor nuestro mundo podría perecer a causa del impacto de un asteroide enorme, o de una guerra nuclear masiva, o de un virus maligno o de los efectos de la contaminación electromagnética (de la que casi nadie habla). Todas las hipótesis están abiertas. Nada es eterno ni seguro.

Otro concepto de civilización
Lo que sí me parece interesante para concluir esta reflexión es el común prejuicio que tenemos sobre el término “civilización”, en particular cuando lo identificamos con armonía, desarrollo o progreso. Esto es más evidente por cuanto nos quieren hacer creer que el problema de nuestra moderna civilización son las toneladas de residuos y contaminantes de todo tipo, mientras que nadie parece hacer caso a las invisibles toneladas de miedo y odio que se van acumulando de forma exponencial en todos los ámbitos de la sociedad humana.

Para varios arqueólogos alternativos, entre los que podemos a destacar a John Anthony West o Graham Hancock, algunas de las civilizaciones más antiguas que nos precedieron no se parecían en casi nada a la nuestra porque no estaban orientadas al materialismo (nuestro caso) sino a la espiritualidad, como se aprecia especialmente en el caso de la civilización egipcia, tal vez heredera de una civilización ignota superior a nuestro mundo occidental en muchos aspectos. Me quedo con las siguientes palabras de J. A. West, tomadas de su imprescindible libro La serpiente celeste:

Por civilización entiendo una sociedad organizada sobre la convicción de que la humanidad está en la Tierra con un propósito. En una civilización, los hombres están más preocupados por la vida interior que por las condiciones de la existencia cotidiana.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons



[2] Goddard Institute for Space Studies (organismo de la NASA orientado a estudios climáticos)

[3] Nombre inspirado en un episodio de la famosa serie de ciencia-ficción Doctor Who, según el cual la Tierra habría estado habitada por humanoides inteligentes de aspecto reptiloide o “siluriano” (¿a qué me recuerda esto?) en el contexto de una sociedad científicamente adelantada.

[4] Por ejemplo, los estudios paleoclimáticos asignan a la era de los dinosaurios un nivel de CO2 atmosférico de hasta 12 veces superior al actual.



[6] Básicamente, las tres grandes fuentes de error de la datación radiométrica son: 1) las imprecisiones sobre el conocimiento de los periodos de desintegración de los átomos, 2) el carácter estadístico del proceso, y 3) los errores propios de la metodología empleada.